A los paraguayos nos encanta ponernos serios a la hora de discutir cualquier pavada, aunque en realidad no tomemos muy en serio los temas que sí requieren algún rigor.
Esta semana que se fue, por ejemplo, arrancó con un feroz debate en las redes sociales sobre la moral de Arlan Fick, un chiquilín de 17 años que sobrevivió meses en cautiverio, en las garras del EPP.
Resulta que este hormonal adolescente –como lo son por imperio natural todos los adolescentes– cometió el sacrilegio de tomarse una foto con su celular (una selfie) escoltado por los pecaminosos implantes mamarios de una vedette hondureña.
El escándalo virtual fue mayúsculo. Las preguntas de los indignados internautas eran prueba irrefutable de ello.
¿Para terminar en esto organizó la gente esas interminables cadenas de oración? ¿Para esto nomás fue que aportaron generosamente a la cuenta que habilitó la familia Fick buscando recuperar lo que pagó por el rescate?
Del aluvión de comentarios aparecidos en las redes sociales debemos concluir que la gente no oraba para que liberasen a Arlan, lo hacía para que una vez libre el menor de los Fick se mantuviera casto y puro.
Tenemos que suponer –de acuerdo con la polémica virtual– que como la familia recuperó como 9 millones de guaraníes del casi medio millón de dólares que pagó por su rescate, Arlan ya no puede andar por la vida divirtiéndose despreocupadamente como cualquier otro adolescente.
Lo notable es que mientras el número de jueces sobre la moral de Fick crecía vertiginosamente, un tuit del Ministerio de Salud pasaba totalmente inadvertido. Decía que ya son 400 las personas que contrajeron el virus chikungunya en Paraguay.
El chikungunya es una enfermedad que, según las estadísticas a nivel mundial, deja a 4 de cada 10 infectados con secuelas permanentes. Esto es, 4 de cada 10 pasarán a ser enfermos crónicos.
El bicho que transmite la enfermedad es un viejo conocido nuestro, el Aedes aegypti, ese pertinaz mosquito cuyos niveles de infestación están alcanzando nuevos récords a nivel nacional.
En resumen, un número abrumadoramente alto de paraguayos y paraguayas se pasó el fin de semana pasado espantando los mosquitos que se criaron en sus patios, muchos de ellos artillados ya con el virus chikungunya y/o del dengue, mientras daba cátedra de moral en las redes condenando la desvergüenza del pobre Arlan y su vínculo maldito con las prótesis de la hondureña Del Campo.
Probablemente, si el mosquito tenía implantes como los de la señorita, le prestaríamos más atención.
