Lo que aconteció el pasado 26 de marzo, cuando se cumplieron 24 años de la firma en nuestra capital del Tratado de Asunción, que dio origen al Mercosur, es la muestra fehaciente del estado de virtual desahucio en el que se encuentra el proceso de integración regional: ni los pueblos ni los gobiernos que lo componen se dignaron celebrar el mínimo acto recordatorio de la fundación del bloque. En la Cancillería paraguaya, por ejemplo, el mutismo fue, valga la paradoja, estentóreo. Tanto silencio, que se traduce en clara indiferencia, habla a los gritos del languidecimiento del bloque.
Y es que en el actual estado de cosas no es otra la situación que podía esperarse. Gran parte del declive que padece el Mercosur se originó allá por 1999, cuando el Brasil devaluó fuertemente su moneda luego de que el estado de Minas Gerais anunciara que no contaba con fondos para honrar sus compromisos con la Unión Federal.
El proceso se agudizó a fines de 2001, cuando el fin de la convertibilidad monetaria en Argentina y la profunda pérdida de peso de su moneda implicaron una de las crisis económicas y financieras más severas que atravesó la región en las últimas décadas.
Increíblemente, a una década y media de aquellos eventos, parecemos encontrarnos en el mismo lugar: Brasil y Argentina continúan devaluando sus monedas de manera absolutamente unilateral e inconsulta, haciendo tabla rasa de nada menos que el mismísimo primer artículo del Tratado de Asunción, que prescribe que el mercado común implica la “coordinación de las políticas macroeconómicas”.
A ello se le deben sumar otros dos hechos no menos significativos. La “libre circulación de bienes y servicios” también dista demasiado de ser una realidad en el bloque, y el profundo deterioro de la situación económica del nuevo –y controvertido– socio, Venezuela, supone un claro impedimento para la consolidación de un proceso de complementación que fue ideado para “acelerar los procesos de desarrollo económico con justicia social” en la región.
Ni bien asumió su nuevo cargo de canciller del Uruguay, el pasado 1º de marzo, Rodolfo Nin Novoa sostuvo que las medidas proteccionistas aplicadas por el bloque son “inadmisibles” y este debe “sincerarse” y abandonar su “retórica vacía” de discursos que “no se cumplen”.
Sincerarse es, precisamente, lo que se precisa hacer con urgencia al interior del Mercosur, dejando en evidencia que Argentina y Brasil sostienen un inaceptable doble discurso que condena el proteccionismo de los países centrales, pero no tienen ningún inconveniente en aplicarlo fronteras para dentro de un proceso que cada vez se parece menos a complementariedad anhelada y más a la desintegración y el unilateralismo.