“Dime de qué presumes y te diré de que careces” reza un proverbio frecuentemente utilizado para describir a alguien que se pasa alardeando de cosas que justamente no tiene.
Cuando el presidente Cartes asumió en el 2013, prometió honestidad y trabajo en pos de mejorar la calidad de vida de los paraguayos. De todos, no solo de unos cuantos.
Desde esa fecha, el Ejecutivo vive dando cátedras –al que pase nomás por su clase– de ser el Gobierno más transparente y eficaz en la lucha contra la corrupción. Su monedita de oro es el Portal Único, donde cualquiera puede solicitar información pública o ver la nómina de funcionarios.
Cuando el mandatario fue consultado sobre contratos firmados por su asesor Francisco Barriocanal con entidades del Estado, respondió que este gozaba de su absoluta confianza y que se le podía dar mil vueltas al tema, pero solo se encontraría honradez.
Pero de a poco, aquel lobo con piel de cordero fue retomando su figura original. Pasó un tiempo y vinieron las denuncias sobre venta de votos y tráfico de influencias para beneficiar con una nueva concesión a Tape Porã, donde es accionista el padre del ministro de Obras. En esta oportunidad, Cartes prefirió simplemente ignorar las denuncias. Como quien no quiere la cosa.
Luego de que empezaran a salir a luz pública los negocios a costa del Estado de su mano derecha, Juan Carlos López Moreira, el silencio se hizo eco en el primer anillo.
Hasta que el lobo se cansó de aparentar un cordero, y el lobo volvió a ser lobo. Entonces, salió José Ortiz (gerente de Tabacalera del Este) a confirmar los hechos. Sí, es cierto. Barriocanal triplicó su facturación al Estado desde que asumió su patrón. Sí, también es cierto que López Moreira ganó miles de millones por asegurar obras públicas.
¿Pero está mal?, se preguntó. Si Barriocanal ya vendió su empresa y le dejó de facturar al Estado. Si López Moreira apenas asegura 35 multimillonarias obras de más de 20.000 en curso, no es para tanto.
Los directivos de Royal hasta se avergonzaron de no haber asegurado más obras. El hecho de que uno de los dueños sea el hombre más influyente de la administración Cartes ya ni siquiera está mal visto.
Idéntica situación se repite con la reelección. Primero negó. Después tuvo que desistir, presionado por la gente. Hasta que se destapó y ahora el mandatario, encaprichado, es capaz de atropellar cualquier ley o precepto constitucional para seguir en el sillón presidencial.
Hasta hace poco, el político al menos temía que su fato saliera a luz. Hoy, el lobo ya no necesita disfraces para engañar al pastor.