El deterioro en cualquier engranaje social está dado por la falta de liderazgo; es decir, por las limitaciones para lograr los objetivos trazados sin la orientación del guía natural.
La sociedad paraguaya acusa el recibo de esta falencia, con raras excepciones. Basta recordar los vaivenes y las décadas de inestabilidad gubernamental, en un escenario copado por meros caudillos, sin encontrar la praxis de un sendero medianamente democrático.
La falta de líderes verdaderos ocasiona falencias que mancillan la estructura social. Al no existir paradigmas en los cuales se refleja la población, se desdibuja el anhelo común de toda sociedad y surgen los conocidos “vendedores de humo”, que se sienten con el derecho de meter en el bolsillo a las masas.
Las décadas de régimen oscurantista anteriores al inicio de la democracia atomizaron cualquier intento de organización de base con ansias de un país más justo, en el que las ideas puedan ser confrontadas antes que la sumisión gane como causa del terror.
Las consecuencias se sufren hasta ahora: los medios de comunicación reflejan la incapacidad de los referentes conocidos de aportar racionalmente para potenciar un pensamiento básico; la vitrina de la clase política sufre un deterioro en el que se reivindica el escándalo de turno antes que la discusión por un proyecto de ley que beneficie a la mayoría.
Dirigentes como Waldino Ramón Lovera –solo por citar uno que escapa a cualquier mácula– escasean en todos los ámbitos, ya que el afán de servicio fue reemplazado por el frío cálculo de servirse de la ocasión al llegar al poder, en ese anhelo inmediatista por trascender no para las futuras generaciones, sino en el ahora, y luego veremos qué pasa.
La falta de compromiso y de liderazgo atraviesa toda la sociedad, y su consecuencia se refleja en aquel joven que, al llegar a la edad de producir, está desorientado y con pocas perspectivas de futuro; comienza a replicar estereotipos impuestos, a consumir llanamente lo que impone el mercado, está carente de creatividad y no encuentra paradigmas positivos a seguir.
El corolario de esta coyuntura es el embargo de una nueva generación que, en vez de consolidar las bases para mejorar el país, se pierde en el desencanto y asiste impávida al show mediático de los seudolíderes que pueblan páginas, espacios radiales y pantalla, con nula condición para guiar y señalar el camino.