24 abr. 2024

El juicio democrático

Por Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

No es infrecuente en el interior del país la referencia hacia las personas que han perdido la comprensión de la realidad de ser calificadas con el término okaluka, o aquella de mayor sutileza: “perdió el juicio”. Se entiende por eso la capacidad de evaluar lo correcto de lo incorrecto, lo apropiado de lo no apropiado o lo justo de lo injusto. Es casi normal encontrar en este estado de derecho referenciado como democracia, hallar varios ejemplos que nos acercan a esa pérdida del juicio. Ya no decimos crítico, sino simplemente racional.

Por ejemplo, cómo es posible que una hectárea de la mejor soja en el país tribute menos de dos mil guaraníes por año en concepto de impuesto inmobiliario? Y que además el Municipio no encuentre para nada atractivo cobrarlo porque siendo tan poco lo recaudable es mejor vivir de las regalías de Itaipú y de Fonacide, donde las partidas son más suculentas y se las recibe sin trabajar.

¿Cómo es posible que municipios tan prósperos, como Mariano Roque Alonso o Limpio, no tengan dinero para pagar a sus funcionarios a fin de año? Pase usted por estos lugares donde abundan los mercados, centros comerciales y una pujanza en la construcción; sin embargo, carece de recursos para cumplir con un trámite básico y funcional. Ya no les pediremos que asfalten calles, recojan la basura o hermoseen las plazas... si ni para pagar salarios tienen.

Algo anda mal en todo esto y debe ser corregido pronto por la misma salud del sistema democrático, a no ser que concluyamos que existe una tozuda y constante tarea de zapa, de destrucción de la democracia por los supuestos demócratas.

Cómo es posible que el Congreso no se atreva a sacar la condecoración al torturador Eusebio Torres o que el ministro del Interior —hijo de un torturado—, no se anime a solicitar su baja deshonrosa. Esto es lo mínimo que se puede pedir para que una democracia dé por lo menos signos de vitalidad, compromiso y responsabilidad.

Nuestra clase política heredera mayoritaria de la dictadura es absolutamente leal a sus orígenes e incapaz de pegarle un golpe de timón a la pachorrienta marcha de esta barca llamada democracia.

Se ha perdido el juicio en el tema tributario gravando con un 5% a los yuyeros, pero perdonando a los sojeros que han ganado este año más de 5.000 millones de dólares, pero se resisten con uñas y dientes a contribuir para mejorar las condiciones del país donde hacen fortuna. Lo deberían hacer por codicia por lo menos. Pero no, se abroquelan en sofismas para afirmar falsamente que no ganan casi el 70% como dicen los informes oficiales locales e internacionales.

El pobre ministro de Hacienda levantó tímidamente el dedo una vez hasta que el grito destemplado de los que juegan con el arco en blanco le hizo tragar su crítica.

Debemos ser racionales. El país necesita un diálogo serio donde el interés colectivo prime por sobre el particular. Esta falta de amor, en el concepto de Hannah Arendt, pone en peligro serio de acabar con la racionalidad democrática que se construye sobre la justicia y el servicio.

Si seguimos creyendo que así nomás son las cosas en el país no se espanten de la esquizofrenia que podría venir sobre esta maltrecha democracia paraguaya.

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