25 abr. 2024

El indignado texto que Roa Bastos dedicó a Santiago Leguizamón

Conmocionado por el asesinato de Santiago Leguizamón, el gran escritor Augusto Roa Bastos escribió un vibrante e indignado artículo en abril de 1991, que se publicó unos días después en Última Hora. Quiso el destino que el autor de “Yo el Supremo” también falleciera, como Santiago, un día 26 de abril —Día del Periodista Paraguayo—, pero catorce años después.

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Roa Bastos dedicó un escrito a Santiago Leguizamón, que tuvo lugar en ÚH.

Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

No se conocían personalmente.

Desde su exilio en la ciudad de Toulouse, Francia, el escritor Augusto Roa Bastos acostumbraba recibir ejemplares atrasados de periódicos paraguayos que le enviaban clandestinamente sus amigos en el país, y allí –lo relataría después- empezaron a llamarle la atención los escritos de un lejano corresponsal en el Amambay, que publicaba artículos denunciando el accionar de la mafia fronteriza.

Augusto Roa Bastos llevaba algunos meses de visita en el Paraguay, luego del largo exilio al que lo condenó la dictadura, y aún estaba adaptándose a “esa realidad que delira como un moribundo”, como le gustaba decir, evocando a su maestro Rafael Barret, cuando la noticia del asesinato de Leguizamón lo conmovió profundamente.

Al día siguiente, 27 de abril, empezó a escribir algunas líneas, en medio de su apretada agenda de charlas, viajes y encuentros que estaban previamente programados.

Llamó por teléfono al entonces vicedirector de Última Hora, el filósofo y periodista Juan Andrés Cardozo, y le comentó que estaba escribiendo un artículo especial de homenaje al comunicador asesinado, y que deseaba publicarlo en Última Hora.

Se ocupó de terminar de escribir el artículo el domingo 28. El texto llegó a la Redacción el lunes y se publicó en la edición del martes 30, a 3 columnas (media página) en la página 6 de la sección política, con el título original: “A Santiago Leguizamón: Un enlutado mediodía...”

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En el artículo, Roa Bastos fue uno de los primeros en advertir la fuerza de los símbolos elegidos por la mafia: la elección de la fecha, la hora y el lugar (el Día del Periodista, al mediodía, en la línea fronteriza conocida como “la tierra de nadie”), como siniestro mensaje para todos los comunicadores que osaban investigar y denunciar sus actividades ilícitas.

“Pero matones y patrones fueron a la vez devorados por los símbolos. El país entero fulmina contra ellos su execración”, decía Roa Bastos.

“Quisieron tomarte a plena luz del día, en el día señalado por tu profesión, por tu vocación, por tu firmeza de ciudadano y de patriota. Pero al planear el sacrificio de venganza y de escarmiento no contaron con que al ejecutarlo iban a tornar aun más vivientes tu vida, tu palabra, tu magisterio incorruptible”, destaca el escritor.

A 25 años del asesinato de Santiago Leguizamón rescatamos esta carta del mayor escritor paraguayo dedicado al periodista mártir. Coincidentemente, el autor de Yo el Supremo también murió un 26 de abril, pero de 2005:

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Un enlutado mediodía...

Por Augusto Roa Bastos

El mediodía del viernes, en el que los hampones al servicio de la corrupción y degradación del país nos robaron tu preciosa existencia, compañero Santiago, fue una hora a la vez enlutada y luminosa.

Enlutada, porque una sociedad como la nuestra, tan necesitada de presencias como la tuya, no se resigna a perderlas sino con profundo duelo y sufrimiento.

Luminosa también, porque el ejemplo de tu sacrificio resplandece desde hoy en la constelación de nuestros más puros héroes y mártires civiles, y sella la trayectoria de nuestro periodismo de combate con el paradigma de tu vida y de tu muerte, de tu inquebrantable voluntad profesional y racional, de tu coraje cívico, de tu generosa y total entrega a los intereses genuinos de nuestra colectividad.

Este sentimiento colectivo de consternación y de condenación es el que vibró en ese oscuro mediodía del viernes, y seguirá vibrando de hoy en adelante como la resonancia imperecedera de tu mensaje cotidiano, trunco pero de imposible fin.

La miserable ralea de tus sacrificadores cometió, sin saberlo y quizás sin proponérselo, un crimen ritual.

Tu vida era demasiado fuerte como para que estos mercenarios de la muerte y del miedo se atrevieran a masacrarla en una oscura encrucijada, según costumbre de tales sicarios en el oficio clandestino del crimen, y de sus instrumentadores, personajes secretos, pero conocidos por todos en su opulenta soberbia, en su descarado cinismo. La escoria brilla como el oro cuando el oro mismo es la escoria, la de estos asesinos a sueldo, la de sus poderosos patrones.

Patrones y sicarios quisieron, sin duda, convertir tu sacrificio en sanguinario escarmiento ante la marea de ascenso del repudio popular contra la corrupción.

Eligieron tu día, nuestro día: el Día del Periodista (¡Oh manes del presidente don Carlos Antonio López!).

Eligieron la hora: la luz cenital del mediodía, para que la sangre de tu sacrificio brillara en su más puro fulgor.

Eligieron el sitio: la línea fronteriza entre el miedo y la impunidad en aquel remoto confín del país.
Pero matones y patrones fueron a la vez devorados por los símbolos.

El país entero fulmina contra ellos su execración.

Los tres poderes del Estado deben unir y concentrar sus esfuerzos para identificar, juzgar y castigar, también ejemplarmente, a los culpables, instigadores, ejecutores y comanditarios de este alevoso crimen (y de los que con él se anuncian) que pone a prueba a la Justicia paraguaya y brasileña. Ambas se hallan comprometidas por igual en la erradicación de este flagelo que ha convertido nuestras fronteras en una línea roja de miedo, de crímenes, de atroces agresiones, de vergüenza para los dos países.

El gran novelista Graham Greene, recientemente fallecido, describió en su novela “El ministerio del miedo” la alucinante alegoría del poder totalitario con sus innumerables y secretos tentáculos, cuyos alcances son ilimitados.

El poder de la corrupción, como herencia del nefasto régimen que padeció nuestro país durante tres generaciones, es aun más infernal, pues crece, como el cáncer de sí mismo. Y la continuidad de la dictadura se da precisamente, sin disimulo, con toda impunidad, en las persistentes lacras de la corrupción, que siguen corroyendo nuestra sociedad como un tumor al parecer inextirpable, que pone en peligro cada día la maduración de la democracia como realidad, no como ilusión.

Porque combatiste este mal con entereza y con decoro, sin caer jamás en la diatriba, en las acusaciones sin prueba ni en las arbitrarias sospechas, la poderosa mafia y sus hampones te convirtieron en víctima propiciatoria.

Ellos saben quiénes son sus insobornables enemigos.

Quisieron tomarte a plena luz del día, en el día señalado por tu profesión, por tu vocación, por tu firmeza de ciudadano y de patriota. Pero al planear el sacrificio de venganza y de escarmiento no contaron con que al ejecutarlo iban a tornar aun más vivientes tu vida, tu palabra, tu magisterio incorruptible.

También en esto los símbolos trabajaron a tu favor, a nuestro favor, en beneficio de toda la gente honrada que es mayoría en nuestro país.

No te conocía personalmente, compañero Santiago. Solo de tanto en tanto, en la lejanía del exilio, leía tus lejanas notas que me llegaban desde el Amambay, y comencé a admirarte como a un genuino representante de las nuevas generaciones que están forjando el futuro de nuestro país, a imagen y semejanza de las aspiraciones mayoritarias de nuestro pueblo.

Ahora que te conozco para siempre, compañero Santiago, te pido que aceptes este homenaje de mi camaradería, de mi afecto, de mi admiración por tu vida cumplida hasta el sacrificio.

Hasta la victoria final, en una patria libre del miedo y de las injusticias.

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