Los japoneses pueden jactarse de haber convertido el sentido del honor en un símbolo de identidad. Pocas imágenes son tan representativas de esa isla milenaria como un samurái de rodillas, con el torso desnudo, enterrándose en el vientre la katana, ratificando con ese sacrificio supremo que para algunos hombres la muerte es preferible a vivir en la deshonra.
Quizás por esa razón la historia más emblemática del Japón es la de los 47 samuráis convertidos en ronin tras el suicidio forzado de su amo, el señor de la Torre de Ako, una muerte que supieron vengar antes de acabar ellos mismos practicando seppuku.
El caso es relatado magistralmente por Borges en su Historia universal de la infamia. Recordé un párrafo genial de su narración la otra tarde cuando leía una vez más sobre los escándalos de corrupción que salpican al contralor Óscar Rubén Velázquez y su negativa a renunciar al cargo.
Conviene primero resumir la historia.
El señor de la Torre de Ako fue obligado por el emperador a suicidarse, luego de marcar con su acero la frente de un funcionario de la corte, el maestro de ceremonias Kotzuké No Zuké (el incivil para Borges), quien lo había insultado reiteradamente buscando la reacción que precipitara su caída (algo parecido a lo que hizo el chileno Jara con el uruguayo Cavani).
Tras su muerte, los capitanes del señor de la Torre de Ako fueron desbandados. No Zuké temía una venganza y, por lo tanto, hizo vigilar al jefe de estos, quien montó sobre ese mismo hecho su plan de revancha. Vendió a su mujer y se compró una ramera. Se dejó ver en lupanares y terminó borracho tendido sobre su propio vómito.
Esto relajó a No Zuké, quien despachó a la mitad de sus guardias. Era lo que los samuráis esperaban. Atacaron la torre y tras una sangrienta batalla acabaron con toda defensa. La causa de la tragedia, empero no aparecía por ningún lado. No fue sino tras una agotadora búsqueda que dieron con No Zuké, escondido en un patio interno. Se arrojaron a sus pies, le recordaron que eran los capitanes del hombre cuya perdición provocó y le rogaron que se suicidara como un samurái debe hacerlo.
Y acá viene el párrafo magistral de Borges: “En vano propusieron ese decoro a su ánimo servil. Era varón inaccesible al honor; a la madrugada tuvieron que degollarlo”.
Estamos en Paraguay. No pedimos tanto. Bastaría con una renuncia. Temo, empero, que también sea inaccesible al honor. Tendrán que... destituirlo.