Los hechos irrefutables se han convertido en una certeza esquiva estos días en Washington, con la Casa Blanca contradiciéndose y filtraciones sin confirmar, y los legisladores, que pueden deponer a un presidente, quieren asegurarse de que si se llega a activar ese proceso, la traumática medida esté apoyada en pruebas claras que obliguen a un consenso bipartidista. “El país debe darse cuenta que la gravedad de la conducta (del presidente) sea tal que el presidente no puede seguir al cargo. No puede percibirse (el impeachment) como un esfuerzo para anular las elecciones por otros medios”, apuntaba el congresista demócrata Adam Schiff.
Tanto legisladores demócratas como republicanos llamaron a la cautela y repitieron el mantra de veamos a dónde nos llevan los hechos al hablar del arriesgado proceso de destitución, iniciado en 2 ocasiones en la historia del país y nunca culminado con éxito. El nuevo desencadenante de las peticiones de destitución de varios legisladores demócratas fueron las noticias de que las notas del ex director del FBI indican que Trump le pidió olvidarse de la investigación al ex asesor presidencial Michael Flynn, uno de los más expuestos por sus relaciones con representantes del Kremlin. Esa es hasta ahora la evidencia más sólida de la acusación de “obstrucción a la Justicia”, un cargo que estuvo detrás del intento de juicio político contra Bill Clinton (1993-2001) y de la dimisión de Richard Nixon (1969-1974), que abandonó la Casa Blanca ante la certeza de enfrentarse a un proceso de este tipo. El primer presidente que se enfrentó a un voto de impeachment, Andrew Johnson, casi fue destituido por, entre otras cosas, despedir al secretario de Guerra, otro paralelismo que se puede establecer con el comportamiento de Trump en sus intentos de llevar su poder Ejecutivo al límite. efe