El próximo martes 13 de junio se cumplen 100 años del nacimiento del mayor escritor del Paraguay, Augusto Roa Bastos, autor de obras tan fundamentales como las novelas Hijo de Hombre y Yo el Supremo. Por ello, durante gran parte del año, y particularmente en esta semana, se están cumpliendo numerosos actos y eventos de homenaje, desde la inauguración de una estatua en la Plaza Uruguaya, la realización de la Feria Internacional del Libro de Asunción con diversas publicaciones y un congreso internacional sobre su obra, que ha congregado a célebres expositores internacionales como el nicaragüense Sergio Ramírez, el argentino Mempo Gardinelli y el británico John Kraniaukas.
Si Roa Bastos estuviera vivo, probablemente no estaría de acuerdo con tanta pompa y con tanto discurso oficial. El gran novelista siempre se mostró muy reacio a los homenajes estruendosos, más aún cuando estos provienen desde el mundo de la política y desde los sectores de poder, de los que generalmente desconfiaba acerca de su verdadera intención. “Antes que en el nombre de una calle, prefiero estar en el alma de mi pueblo”, dijo alguna vez.
Obviamente, ante la grandeza del autor y los sentimientos que su vida y su obra han inspirado en varias generaciones de paraguayos, es inevitable que se le rindan homenajes de gratitud y recordación, especialmente en una fecha tan significativa como lo es su centenario. Es inevitable que existan calles, plazas, escuelas y colegios que hoy lleven su nombre a lo largo del territorio nacional, como es inevitable que se organicen encuentros para leer, compartir, debatir y expandir su obra en nuevos lenguajes y formatos.
El homenaje, sin embargo, no resultará suficiente ni verdadero si se queda simplemente en los discursos, las medallas y los pergaminos. Roa Bastos fue un incansable trabajador a favor de una mejor educación y no se cansó de criticar el escaso apoyo que el Estado paraguayo ha brindado siempre a la creación artística y cultural, por entender que es un elemento transformado de la sociedad.
Actualmente, la situación no ha variado mucho. Aunque se han producido algunos avances, la mayoría de los creadores siguen huérfanos de apoyo por parte del Estado. Los escritores reclaman que no tienen respaldo para exponer su obra en los circuitos internacionales. A pesar de los insistentes reclamos, no existe todavía un instituto del audiovisual ni una ley de cine. El teatro y la poesía tampoco son tenidos en cuenta. Los sitios de patrimonio se siguen destruyendo.
El mejor homenaje a Augusto Roa Bastos, en su centenario, debería ser destinar mayores recursos para el arte y la cultura.