La pobreza y el hambre no son sinónimos, pero cuando se aproximan es señal de que todo está para el traste.
En el actual debate que desencadena el Gobierno con los empresarios y los analistas sobre el estancamiento o no de la economía paraguaya, hay una línea de inflexión y es la que marca claramente quiénes pueden decir desde su propia piel lo que está ocurriendo y quiénes, pese a esgrimir los más variados números para justificar sus teorías, adolecen de eso que les ayudaría a comprender efectivamente lo que sucede: la realidad.
Por estos días no son pocas las voces oficiales y de “entendidos” que tratan de dar las más variadas explicaciones a la situación. El Gobierno, como es de esperarse, echa mano a todo lo que tiene –y si falta hiciere ocultar datos o fraguarlos, como en el secuestro del joven Arlan Fick– para formar de sí un retrato noble, con un importante crecimiento económico generador de bienestar en la población. En esa postura justificadora, hasta el Banco Central balbuceó cifras, sin mucho pie en la tierra, a juzgar por cómo sobrevive la mayor parte de la población: a veces sin comer o cubriendo apenas un alimento en el día.
No es ajeno que en el Paraguay hay compatriotas que están pasando hambre, y eso se refuerza con el creciente número de personas que están por debajo del índice de pobreza. Dicho de otro modo, que viven en la total miseria sin ver sus necesidades básicas satisfechas. No en balde la desnutrición se está convirtiendo en una triste característica de las poblaciones periféricas y rurales.
La propia Unión Industrial Paraguaya (UIP), que siempre se caracterizó por encubrir y apoyar a los gobiernos conservadores, comenzó a pavonearse denunciando estancamiento. Si el Gobierno de Cartes no es progresista y los empresarios, que son de su misma claque, empiezan a reaccionar, es porque realmente algo feo está ocurriendo. Ya no son solo los pobres, los trabajadores, los sindicalistas, las amas de casa, los estudiantes, quienes protestan. Son aquellos que siempre fueron los más beneficiados con las regalías del poder, la corrupción estatal y los subsidios. Y no es porque se haya saneado la estructura, es porque la crisis está golpeando duro.
En la calle la gente siente y sabe. Por más que el Ejecutivo y sus ministros hablen de altas cifras invertidas, la falta de trabajo y el empobrecimiento en el nivel de vida dicen lo contrario.
A veces para ver el sol hay que cortar el dedo que lo intenta tapar...