23 abr. 2024

El gran “tour” de Agatha Christie, fotografiado por ella misma

La escritora Agatha Christie, una de las más leídas de la historia, se embarcó en 1922 con su esposo en un gran tour que recorrió las posesiones del Imperio Británico, fruto del cual dejó una colección de fotografías tomadas por ella misma y de cartas, ahora publicadas en español.

Imagen cedida por la editorial Confluencias de la escritora Agatha Christie posando en traje de baño y apoyada en una tabla de surf en una playa del Pacífico durante el 'Gran Tour' que efectuó junto a su marido en 1922. Las cartas que escribió durante el

Imagen cedida por la editorial Confluencias de la escritora Agatha Christie posando en traje de baño y apoyada en una tabla de surf en una playa del Pacífico. Foto EFE

EFE

“El Gran Tour. Alrededor del mundo con la reina del misterio” ha sido el título con el que la editorial de Málaga (sur) Confluencias ha publicado esta colección de fotografías y cartas, que supone la crónica de una vuelta al mundo, traducida por José Jesús Fornieles y con un prólogo de Mathew Prichard, nieto de la escritora.

Además de con las fotografías tomadas por Agatha Christie, la edición de su crónica viajera está ilustrada con algunas de las postales originales que envió a sus familiares, con objetos que fue coleccionando a lo largo del viaje y con recortes de la prensa de la época, alusivos a algunas de las circunstancias que vivió en su largo viaje de diez meses.

El itinerario fue Inglaterra, Suráfrica, Australia, Nueva Zelanda, Honolulú, Canadá y vuelta a Inglaterra, y entre las fotografías más curiosas figuran varios retratos de la escritora en traje de baño, descansando en playas del Pacífico y sufriendo algunas quemaduras del sol, de cuyas molestias dio cuenta en algunas de estas cartas.

La mayoría de las cartas fueron enviadas por la escritora a su madre, la cual murió cuatro o cinco años después de su regreso, de modo que la propia Christie debió de encargarse de recuperarlas, según sospecha Prichard.

Según Prichard, esta colección de cartas es “un encantador, perspicaz y relevante testimonio sobre la vida poco antes de la Primera Guerra Mundial, escrito por una autora cuyas dotes para la narración perduran en la actualidad” y “una maravillosa relación espontánea de lugares y paisajes, escenarios, personajes y sucesos”.

Lo más duro para la escritora, que embarcó a sus 32 años junto a su marido, debió ser separarse de su hija Rosalind, de dos años, con la certeza de que no la vería en diez meses, mientras que, destaca Prichard, la comunicación con su familia solo pudo mantenerla mediante breves telegramas y cartas que viajaban como ella misma, en barco, y tardaban semanas, cuando no meses, en llegar a su destino.

El nieto y prologuista de Agatha Christie habla de su “sorprendente habilidad” manejando la cámara fotográfica y de su constancia “fotografiando todo aquello que se movía con una cámara que nunca dejó de llevar consigo”.

Sus fotografías del viaje, que dejó en dos álbumes, buena parte de las cuales se incluyen en esta edición, eran como su escritura, según Prichard, “espontáneas, directas y, ocasionalmente, fugaces, como un brillante rayo desbordante de talento artístico”.

En cuanto a su obra literaria posterior, aunque raramente empleara a personas reales como base para sus personajes, “fueron muchos los personajes y sucesos desarrollados en sus ficciones que tuvieron como inspiración” su “gran tour” de 1922.

Junto a la crónica de cómo era el mundo en los años veinte, el relato sobre vidas pintorescas y caracteres excéntricos, sobre la práctica del surf en playas tropicales y sobre el glamour y el charlestón, las cartas de la joven escritora ofrecen también detalles sobre el colonialismo británico, en páginas cargadas de ironía, como por ejemplo este párrafo, escrito en Australia:

“Mientras Belcher y Archie ponían de manifiesto los deseos del Imperio Británico, la emigración en el Imperio, la importancia del comercio en el Imperio y así sucesivamente, yo me permití quedarme sentada en un huerto de naranjos. Tenía una buena mecedora, había un sol delicioso y, por lo que puedo recordar, me comí veintitrés naranjas, cuidadosamente seleccionadas (...)”.

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