En mi desordenaba vida de lector nocturno intercambio sin pudor buena literatura, best sellers, algo de historia, cómics y desde hace unos años textos sobre mecánica cuántica. No bromeo si le digo que en estos últimos he encontrado más diversión y asombro que en las mejores obras de ciencia ficción.
No pretendo intentar explicar siquiera cómo funciona el microcosmos en esta breve y humilde columna, pero basta con decir que hoy sabemos que un electrón está literalmente en varios lugares a la vez y que aunque no logramos entender cómo es eso posible –y nos curvemos humildes ante ese prodigio– sí logramos estimar con notable precisión dónde es más probable que esté tan escurridiza partícula.
Se preguntará usted qué importancia tiene lo que haga con su vida microscópica el descocado electrón. Pues resulta que sobre esa base se construye la mayor parte de la tecnología que hoy forma parte rutinaria de nuestras vidas macroscópicas.
Poder predecir dónde estará un electrón nos habilita a soñar con una computadora cuántica que sería escalofriantemente superior a cualquier aparato que hayamos inventado hasta ahora; y en el terreno de las hipótesis, nos permite suponer sobre bases muy sólidas que podemos estar en un mundo que es apenas una probabilidad entre cientos de miles de probabilidades, o lo que es igual, que puede haber ahora mismo cientos de miles de versiones suyas leyendo este artículo en mundos paralelos a este. Un multiverso infinito.
Todo esto se lo estaba explicando a un amigo con la pasión de un barrabrava cuando me interrumpió justamente para decirme que no hacía falta que prosiguiera, que gracias al fútbol ya entendió. Me dejó mudo. No podría creer tanto sacrilegio.
Como vio mi cara de indignación, prosiguió.
–Es como en el fútbol, donde vos podés saber cuáles son las reglas del juego, cuántos jugadores son, quiénes son buenos y quiénes malos, quiénes organizan un torneo, quiénes ganan plata televisando, qué equipo tiene más probabilidades; todo se puede describir ordenada y racionalmente, pero nunca podrás explicar lo que ese conjunto de reglas, hombres, hinchas y una pelota producen. Podés ver y sentir esa pasión, pero nunca explicarla.
Y antes de que pudiera replicarle, siguió:
–Sí, ya sé que no tiene una utilidad práctica esa pasión, “esa energía” –si querés– no produce electricidad, no genera calor, no enciende un motor ni mueve la materia; pero por alguna razón inexplicable hace feliz a la gente.
Y sí, no supe que responderle. Tiene razón. Así que en los días próximos en los que retornará la pasión futbolera y habrá aguerridos hinchas en todas partes, renuncie a la pretensión absurda de entender el prodigio, solo disfrútelo si es parte o deténgase a observarlo con curiosidad científica si no le conmueve, que este sí es un fenómeno que podrá ver a simple vista. Si tiene cable.