La semana pasada, el mundo se ha conmocionado con los asesinatos de 12 personas en el semanario satírico Charlie Hebdo, a manos de dos fanáticos fundamentalistas islámicos.
Haciendo un breve recuento histórico, vemos que el fanatismo religioso que ha existido durante miles de años llegó a uno de sus puntos más altos en la Edad Media, cuando la Iglesia Católica, que era “maestra de la verdad y depositaria de la fe cristiana”, inició una feroz persecución contra todos los que pensaban diferente.
Muchos “herejes”, que eran ateos, judíos, gitanos, musulmanes y protestantes, fueron quemados en la hoguera durante la Santa Inquisición.
Esa oscura Edad Media llegó a su final justamente en Francia con la Revolución Francesa, que trajo la propuesta de libertad, igualdad y fraternidad.
Esa revolución prometía progreso económico, tolerancia y paz, y se basada en que la razón iba a estar por encima de la fe ciega, y que la ciencia iba a estar por encima de las creencias religiosas.
Pero el resultado fue totalmente diferente –con la aparición del liberalismo, el comunismo y el fascismo– el fanatismo religioso fue reemplazado por el fanatismo político.
Durante el siglo XX, el fanatismo por estas tres ideologías políticas llevaron a la muerte a millones de personas, en dos guerras mundiales, en los campos de concentración de la Alemania de Hitler, en los Gulag de la Rusia de Stalin y en la Revolución Cultural en la China de Mao.
La ciencia y la razón que caracterizaron a la modernidad trajeron progreso económico, pero al mismo tiempo construyeron bombas atómicas que pusieron en peligro la existencia misma de la humanidad.
Contra esta situación, en la misma Francia, donde nació la era moderna, surgieron los primeros pensadores de lo que después se definió en forma confusa como la posmodernidad.
En el llamado Mayo francés de 1968, millones de jóvenes estudiantes y obreros paralizaron Francia por dos meses en protesta contra la sociedad moderna. Este movimiento contracultural tuvo relación con el movimiento hippie de Estados Unidos y con la música de los Beatles de Inglaterra.
Esta posmodernidad estaba a favor del amor y en contra de la guerra; estaba a favor de no estar sometido a ninguna verdad absoluta, ni política, ni económica, ni social, ni religiosa.
Esta posmodernidad trajo el relativismo, es decir, una filosofía que dice que cada uno puede tener su propia escala de valores y que cada uno puede tener su propia verdad.
No es de sorprenderse que contra este relativismo haya surgido un fuerte contraataque religioso, en algunos casos violentos como el fundamentalismo islámico, y en otros más pacíficos, como la fuerte oposición de los cristianos conservadores al aborto o al matrimonio homosexual.
El relativismo en principio es lo antagónico al fanatismo, porque el fanático cree que hay una sola verdad y el relativista cree que no hay “una” verdad. Pero ese antagonismo es engañoso porque ambos, por igual, están aferrados ciegamente a sus dogmas, el fanático a la creencia de “su verdad” y el relativista a la inexistencia de “una sola verdad”.
La sociedad francesa es posiblemente la sociedad más relativista del mundo y el semanario Charlie Hebdo es un ejemplo, con su burla sistemática hacia cristianos, judíos y musulmanes.
Por otro lado, Francia tiene en su territorio cerca de 6 millones de musulmanes, la mayoría de ellos marginados y excluidos. Y como dijo el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti: “El excluido siempre será el enemigo”.
Esta combinación de una sociedad relativista en extremo como la francesa, teniendo en su seno a una importante población de fanáticos religiosos excluidos y marginados, era una bomba de tiempo que en cualquier momento iba a explotar.
La semana pasada esa bomba explotó. El fanatismo y el relativismo se encontraron en París.