El deseo de tener éxito está en el ADN de toda empresa, perseguirlo es una obligación del empresario, que solo así se verá retribuido. Exitosas son aquellas empresas que son elegidas por los clientes gracias a lo cual venden sus productos o servicios y pueden sostenerse y lograr rentabilidad para sus accionistas en el tiempo.
Los premios ADEC nos muestran año a año historias de éxito que siguen el mismo patrón, el de la valentía, la perseverancia, el trabajo duro y la satisfacción por lograrlo. Son los condimentos indispensables para el éxito, sin ellos no lo conseguirán nunca.
El éxito se definía por el posicionamiento de marcas, productos o servicios y la rentabilidad para los accionistas, y sabíamos que eso era producto de las mejores prácticas empresariales, de la actualización en técnicas y herramientas, y la búsqueda de la eficiencia de los menores costos.
Algunos empresarios se volcaban a la responsabilidad social por su propio convencimiento y por ello eran dignos de admiración, esto inspiró a la ADEC a destacarlos para mostrar un camino virtuoso, el del liderazgo basado en valores. Hoy eso lo premia no solo ADEC, sino también los clientes y la sociedad, y en gran medida de eso depende la sustentabilidad de las empresas, como lo hemos visto con la caída de grandes conglomerados que parecían intocables a raíz de conductas ilegales o engañosas.
Carmen Cosp, presidenta de la ADEC, en el discurso de apertura de la ceremonia, al describir los criterios que usa la institución para seleccionar a los premiados, nos mostró que el éxito ha sido redefinido por una nueva ética de la sociedad y de los consumidores anónimos y globales que optan y eligen sin lealtades a marcas o productos, sino fijándose en cómo se comportan las empresas en la sociedad.
Porque si bien el éxito se define hoy, al igual que ayer, por la preferencia de los clientes, estos están hiperinformados y son activos decisores que ya no se contentan solamente con la tecnología o el mejor producto o servicio del mundo. Al consumir quieren pertenecer a un mundo mejor, por eso buscan empresas con rostro de personas concretas, que no hagan daños, sean transparentes y legales, pero que además con su conducta y las de las personas que las componen demuestren que persiguen genuinamente una “rentabilidad social”. Es decir, ganancias no solo para los accionistas, sino para las sociedades en las que actúan, comprometiéndose activamente con causas reales en las que invierten para mejorar el entorno. Y eso se traslada a toda la sociedad que juzga y presiona aunque no sean consumidores de determinados productos.
El éxito de antes ya no alcanza para ser exitoso. Hay que escuchar el mensaje del papa Francisco, que nos pide ser “empresarios que produzcan riquezas mejorando el mundo para todos”.