19 abr. 2024

El drama de estar siempre “demasiado bien”

Por Luis Bareiro

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El periodista entró a la casa en una canoa porque el agua llegaba casi hasta el techo. De pronto, la cámara captó la señal de un hombre que avanzaba lentamente desde el fondo de esa habitación convertida en estanque por la crecida. Y el camarógrafo ajustó el equipo para capturar el testimonio dramático de una de las víctimas del fenómeno.

La canoa se fue acercando lentamente para evitar que el reportero perdiera equilibrio. Habían pasado casi dos horas del mediodía y hacía un calor de los mil demonios. Los mosquitos zumbaban de hambre. El hombre cargaba una olla sobre la cabeza mientras caminaba despreocupadamente con el agua al pecho.

El periodista sabe que tiene asegurada la nota del día. Una historia desgarradora de la crisis. El hombre se detiene casi frente a la canoa. El periodista busca romper el hielo y lo saluda con una pregunta retórica que sonaría a burla sino fuera parte del protocolo criollo.

–¿Mba’etekopio, don?

Y el hombre flaco y fibroso mira a la cámara y con una enorme sonrisa desdentada responde

–Iporãiterei.

Para un observador ajeno a estas tierras y a las particularidades de la gente que las habita, ese brevísimo intercambio solo podría ser explicado como una doble ironía, o como una broma a los televidentes montada de antemano entre el entrevistado y el entrevistador.

¿Cómo si no de otra manera podría un hombre parado en su modesta sala sumergida hasta el techo, con solo la cabeza y los brazos fuera del agua, en un ambiente de calor abrazador y acechado por famélicas alimañas, responder que se encuentra “demasiado bien”?

¿Qué lógica tendría de otra forma preguntarle siquiera cómo se encuentra o cómo se siente al propietario de una casa convertida en parte del río?

Y es que ese observador foráneo carecería de la experiencia de vida necesaria, en tiempo y espacio, que comparten entrevistador y entrevistado como para entender ese diálogo absurdo, le faltaría ese vínculo casi místico que surge de haber sobrevivido desde siempre en estas tierras en donde toda esperanza está puesta únicamente en lo divino, en donde las mayorías aprendieron a fuerza de ninguneo que las instituciones terrenales solo existen para quienes trabajan en ellas.

Por eso el hombre sonríe ante su desgracia, porque al momento de responder no pensó en su casa anegada por el inmutable río ni en los dientes que perdió ni en la ayuda que no llega. Él estaba feliz porque cargaba con el almuerzo del día sobre la cabeza, porque la segunda planta sigue seca y porque mañana puede que no llueva.

Es la resignación que se le metió en la sangre. Como nada espera, no hay decepción, no hay frustración que le haga infeliz. Es la felicidad que surge de no saber que una vida mejor no solo es posible sino que es un derecho.

Por eso lideramos algunos dudosos ránkings de felicidad. Para felicidad de quienes siguen teniendo la sartén por el mango.

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