Si no hubiese sido por el tema de la reelección que, por obra y gracia del Poder Ejecutivo, con aliados incondicionales y “negociables” del Poder Legislativo, la conducta del diputado liberal Eusebio Alvarenga habría constituido un gran escándalo.
Condujo ebrio, a alta velocidad, ocasionó un accidente de tránsito, huyó, no auxilió a la víctima, hasta que, pocas calles adelante, subió a la acera y embistió contra un árbol. El vehículo que conducía tenía dos placas pegadas. Una del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, otra, particular.
El parlamentario dio positivo el alcotest y ahora se encuentra imputado por tres delitos: exposición al peligro, omisión de auxilio y obstrucción al resarcimiento por daños en accidente.
En un país con fuerte apego a las normas, un ciudadano que estuvo bebiendo, aunque fuere “vinitos livianitos”, como justificó alegremente Alvarenga, no debe conducir. Pone en riesgo la vida propia y la de terceros.
Por la investidura, y por la relevancia de su labor, un legislador debería ser un ejemplo en su vida privada y pública.
Si alguien que incide en el contenido, forma y fondo de las leyes, actúa con tanta irresponsabilidad y cobardía, por supuesto que pierde autoridad moral.
Más aún, cuando es el primero en violar las normas. ¿Cómo pretender que se respeten las reglas de tránsito o promover la educación vial a las nuevas generaciones, si gente como este diputado actúan como si no existieran normas?
Lo preocupante es que el hombre ni siquiera asumió la gravedad del hecho.
Reconoció que estuvo bebiendo alcohol, pero como algo inofensivo, lo que demuestra la falta de conciencia.
Cuántas inconductas ya hemos visto de los parlamentarios en el Paraguay, y todavía no hemos logrado ser más exigentes a la hora de elegirlos. Muchos hombres y mujeres, sin ningún tipo de formación y trayectoria, ocupan una banca en el Congreso, gracias a las listas sábanas que, hasta hoy, los partidos políticos perpetúan como fórmula para negociar bancas.
Tráfico de influencia, despilfarro, pago de su personal doméstico con fondos del Estado, viáticos millonarios para viajes al exterior con fines turísticos, nepotismo, autoasignación de numeras y privilegiadas asignaciones. Compra y venta de votos, multiplicación de cargos para ubicar a los correligionarios y amantes, sin concurso alguno. Pero, sobre todo, mucha impunidad.
¿Qué más hay que esperar de los congresistas paraguayos para tomar conciencia de cuan exigentes debemos ser como ciudadanos a la hora de votar?
Los accidentes de tránsito pueden ocurrir. Pero cuando quien lo provoca está alcoholizado y, para colmo, no se queda a auxiliar a quien produjo el daño, es una actitud demasiado irresponsable. Merece un castigo ejemplar, más aún si se trata de un diputado.