De tanto cuestionar la calidad de los políticos hemos terminado desacreditando la política. El infinitivo paraguayo, politiquear, vuelve a significar lo avieso, lo torcido o lo corrupto. Se desalentó el activismo de los buenos, debido a que los malos han establecido el listón del ejercicio de lo político. Los tenemos felones, que promovieron sus candidaturas para terminar siendo embajadores, advenedizos, coimeros, payasos y corruptos. Ellos son ahora los que marcan el compás. Ellos determinan la agenda de lo público rodeados del escándalo de ocasión y mofándose de la sociedad a su paso. Son parte de una farándula criolla, donde se mezclan, como en un circo, trapecistas, tragasables, domadores o payasos... solo que aquellos son parte de una decadencia democrática sacudida de vez en cuando por algún escándalo de ocasión. Ganan algunos: los peores, pero perdemos todos.
Y lo más grave: alejamos de la política a los buenos y capaces, que son equiparados a los tontos, una forma nueva de los ilotas (idiotas) que observan el espectáculo sin poder transformarlo. Cada pueblo tiene el gobierno que se le parece. Los que se dan cuenta en el interior de la administración son los cínicos, los que se escandalizan de lo mal que llevan el país. Ministras que reconocen que nadie aprende nada en sus escuelas, pero siguen en el cargo sin pestañear ante la máquina generadora de mediocres más grande del país. En sus altos hornos se cuece el futuro de una Nación que no logra entender la decadencia en la que sucumbe.
Hay otros, como el administrador del IPS, que cuando le dicen que el ente no funciona en vez de buscar por vergüenza defenderlo... afirma: “Aquí nada anda, esto es una vergüenza y no hay signos de recuperación”. IPS recauda dos millones de dólares diarios y su administrador no sabe cómo hacerlo funcionar. Los cínicos nos han superado en caradurez. Ellos comparten nuestros peores temores, pero a pesar de que les pagamos muy bien para hacer lo que deben... ellos se escandalizan aún más que nosotros para hacernos sentir bien en la desgracia en que vivimos.
El Paraguay debe acabar con este circo decadente. Alguien debe sentir el cargo como propio y acabar con la simulación que conlleva el sonoro título de ministro que hoy se asigna al primero que pasa frente al Palacio. Lleno de honras y oropeles, pero nadie asumiendo la responsabilidad de los cargos y al menos con algo de vergüenza para dejar el mismo si supera su real capacidad. Uno me dijo: "¿Dónde me pagarán lo que gano aquí? Y tiene razón, la calle es dura y las demandas de capacidad, responsabilidad, compromiso y eficiencia no permiten mantener a un mediocre en el cargo por mucho tiempo en el sector privado.
Hay que rescatar la política de los mediocres y de esta decadencia que amenaza con fundir la débil democracia. De lo contrario, terminaremos como ese comisario del Amambay que dijo: “Recién ahora haremos nuestro trabajo porque el intendente narco se marchó de la ciudad” o ese otro “filósofo ka’aty uniformado” quien espetó: “Tuicha la ñane problema... pero tuichave la ñane contrario”.
Nos jugamos la democracia en la calidad o incompetencia de la política.