Es indudable que la crisis de representación se mantiene firme en América Latina. Aquí en São Paulo, hace una semana, casi dos millones de personas condenaron la política de Dilma Rousseff llena de corrupción e incompetencia, a pesar de que la habían confirmado como presidenta hace un poco más de cuatro meses.
El escándalo Petrobras, combinado con una economía que no crece; el fiasco del Mundial de fútbol, la inseguridad reinante en este país que supera los 50.000 homicidios al año, han alcanzado el nivel de hartazgo de una ciudadanía que gritó a coro que quiere el juicio político a la mandataria.
Los mandantes se han rebelado y no creen en sus representantes.
Claramente la crisis política ha procurado ser maquillada, pero no alcanzó a convencer que hoy el debate del futuro democrático no solo en Brasil, sino en gran parte de América Latina se concentra en las calles.
Hasta ahí llegaron los campesinos paraguayos esta semana. Son más de 20 marchas a lo largo de nuestra corta aun democracia. Peticiones no escuchadas, representación no funcional y carencias repetidas han llevado a que los de tierra adentro busquen anualmente en marzo recordar la necesidad de incluirlos en un debate nacional que genere respuestas eficaces.
Lamentablemente cada vez más testimonial que real, tanto las marchas como en las respuestas. Una necesidad llena de pobreza acumulada. Han llegado a Asunción en ómnibus transportadores de animales y productos agrícolas. La indigna condición de pobres movida en vehículos iguales. Llovía y la carpa levantada para no mojarlos no alcanzaba para cubrir las miserias acumuladas. A esas horas los representantes del interior, los que pueden impulsar el juicio político de un presidente, los diputados, discutían temas baladíes o intrascendentes.
Son ellos los que si fueran eficaces representantes del campo debieran haber convertido en políticas públicas las necesidades de los campesinos y estos no tendrían por qué marchar cada año en el país. El fracaso de la representación campesina más contundente es la Cámara de Diputados.
Con materias primas de precios más bajos y con la ausencia de políticas de Estado que promuevan mejores condiciones a segmentos sociales precarizados, lo que se viene no es bueno. Vamos a ver más frecuentemente que el debate democrático se concentrará en las calles y rutas.
Y sabemos por experiencia propia y ajena que manifestaciones de este tipo que acaben con muertos o heridos también acaban con gobiernos completos. Es tiempo de recoger el malestar de la gente, pero en serio.
Aquí en Brasil hablan de nuevo de reformas políticas como si eso acabara con la corrupción implementada desde el Gobierno, de cobrarles comisiones a las empresas privadas con contratos públicos para con ese dinero comprar las voluntades de los políticos.
En el medio la única gran perdedora: la ciudadanía.
Por eso salen a las calles, por eso parlamentan fuera de los recintos... el malestar en la democracia puede acabar muy rápido en malestar con la democracia.
No estamos lejos, a pesar de que desde el Gobierno se crea que aún se puede controlar todo con algunos cambios para no cambiar nada. Personalmente... no lo creo.