El cumplimiento amoroso del Cuarto Mandamiento tiene sus raíces más firmes en el sentido de nuestra filiación divina. El único que puede considerarse Padre en toda su plenitud es Dios, de quien se deriva toda paternidad en el cielo y en la tierra. Nuestros padres, al engendrarnos, participaron de esa paternidad de Dios que se extiende a toda la creación. En ellos vemos como un reflejo del Creador, y al amarles y honrarles rectamente, en ellos estamos honrando y amando también al mismo Dios, como Padre.
El papa Francisco, apropósito del evangelio de hoy dijo: “Así parece que sí. En la historia esta cercanía de Dios a su pueblo ha sido traicionada por esta actitud nuestra, egoísta, de querer controlar la gracia, comercializarla.
Recordemos los grupos que en el tiempo de Jesús quería controlar la gracia: Los fariseos, esclavos de las muchas leyes que cargaban sobre las espaldas del pueblo; los saduceos, con sus compromisos políticos; los esenios, buenos, buenísimos, pero tenían mucho miedo y no arriesgaban, terminaban por aislarse en sus monasterios; los zelotes, para los cuales la gracia de Dios era la guerra de la liberación, otra manera de comerciar la gracia.
Pero, la gracia de Dios es otra cosa: Es cercanía, es ternura. Esta regla sirve siempre. Si tú en tu relación con el Señor no sientes que Él te ama con ternura, aún te falta algo, aún no has entendido qué es la gracia, aún no has recibido la gracia que está cercana.
Recuerdo una confesión de hace muchos años, cuando una mujer se maceraba sobre la validez de una misa a la que asistió un sábado por la tarde para un boda, con lecturas distintas de las del domingo. Esta fue mi respuesta: “Pero, señora, el Señor la ama mucho. Usted ha ido allí, ha recibido la comunión, ha estado con Jesús... Esté tranquila, el Señor no es un comerciante, el Señor ama, está cerca.”
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal y http://es.catholic.net/op/articulos/12870/las-tradiciones-de-los-fariseos.html)