En la Edad Media la fabricación de productos se hacía por medio de artesanos, en un trabajo manual y en pequeñas cantidades.
El mercado consumidor también era pequeño, porque se limitaba a las personas que vivían en la cercanía, debido a la inexistencia de medios de transporte que –a bajo costo– los traslade a grandes distancias.
En la Era Moderna, con el advenimiento de la Revolución Industrial, los productos dejaron de ser fabricados por los artesanos y pasaron a ser fabricados en líneas de montaje, donde las máquinas y los obreros se encontraban en grandes empresas industriales.
Esta revolución en la forma de producir fue viable gracias a la aparición del ferrocarril, que permitió que ese pequeño mercado local se ampliara a un mercado nacional.
En ese momento la industrialización de un país solamente era posible si tenía un mercado nacional grande, que hiciera viable la instalación de grandes industrias.
El ícono de esa época fue Henry Ford, que en una gigantesca fábrica, empleando a miles de obreros, fabricaba millones de automóviles.
Pero hoy, en el siglo XXI, con la revolución en los medios de transporte, con la revolución en la logística y con la revolución de internet, muchas veces es conveniente fragmentar la producción de una gran industria en numerosas pequeñas industrias instaladas en diversos países, que trabajan en red y en forma sincronizada.
Un ícono de esta época es la computadora, cuyos componentes son producidos por centenas de fábricas esparcidas por todo el mundo.
Este fue el camino que han seguido los países asiáticos para industrializarse. El camino de la integración a las cadenas globales organizadas por grandes empresas, en su mayoría de Estados Unidos y de Europa.
Eso es lo que no lo han entendido ni el Brasil ni la Argentina, que siguen adoptando políticas industriales propias de la década del 60, protegiendo a muchas de sus ineficientes y obsoletas industrias nacionales.
Esta nueva realidad es una enorme oportunidad para que países pequeños como el Paraguay puedan industrializarse. Ya no es necesario tener ventajas comparativas para fabricar íntegramente un producto –ejemplo de nuevo el automóvil– sino tener ventajas comparativas para hacer algunas de sus partes como el cableado o los asientos o el volante.
La competencia con los otros países ya no va a ser por macrosectores sino por microsectores.
El Paraguay, con abundante energía y con una población joven y entrenable, tiene ventajas comparativas para que “parte” de los procesos industriales que requieren de mucha energía o de mucha gente sin un alto nivel de calificación puedan realizarse en el país.
Eso ya está ocurriendo con numerosas industrias integradas a las cadenas brasileñas de fabricación que se han instalado en el país, siendo el caso más emblemático el de las empresas de cableados de automóviles.
Pero tenemos que ser conscientes de que tenemos importantes debilidades para que ese proceso se pueda acelerar.
La peor de todas es la malísima imagen de país corrupto y falsificador que el Paraguay tiene, sobre todo en el Brasil. Esto hace que muchas empresas directamente no quieran venir.
Pero una vez allanado ese serio escollo, surgen problemas prácticos que dificultan la concreción de los mejores proyectos. La falta de parques industriales y los graves problemas en la distribución de la energía son los factores más mencionados en el fracaso de muchas importantes iniciativas.
Estos son los principales problemas que debemos solucionar si queremos hacer posible nuestra integración a las cadenas globales o regionales de fabricación y orientar adecuadamente nuestro proceso de industrialización.
La oportunidad está. Este es el camino apropiado para industrializarnos... Ahora ya todo depende de nosotros.