Si el diputado Carlos Portillo (PLRA) no hubiera sucumbido tan rápidamente a la sobreestimulada vanidad de alguien que por su nuevo estatus accede repentinamente a ámbitos y privilegios antes imposibles para él, no nos hubiéramos enterado de sus errores ortográficos y sintácticos, de sus títulos universitarios falsos y de su aviesa propensión al engaño y a la mentira. En realidad, los paraguayos, que venimos padeciendo desde hace años la mediocrización de la representación parlamentaria, no nos hubiéramos enterado de cuán profundo llega este deterioro y que existía un legislador como Carlos Portillo, cuyo aporte es nulo para el país.
Tampoco estaríamos sintiendo más decepción de nuestros representantes en el Poder Legislativo, ni condenando hoy al Partido Liberal Radical Auténtico por no marcar diferencia, hace tiempo, del resto de las agrupaciones políticas, y promover para la legislatura a personas sin trayectoria, preparación ni estatura moral. Una muestra más de la decadencia del PLRA.
Si Carlos Portillo, de quien todos se mofan hoy, no hubiese sentido la tremenda necesidad de usar la vitrina de Facebook para mostrarse con una profusión de fotos que participó en la V Cumbre Mundial de Comunicación Política (Cartagena, Colombia), pagado con dinero público, y que, entre otros temas, le interesó en ese foro internacional El amor en los tiempos de campañas electorales, no hubiéramos estado avergonzados de la pésima calidad humana, con contadísimas excepciones, de que se compone actualmente el Congreso Nacional. Ni estaríamos echando de menos a señores parlamentarios como un Waldino Ramón Lovera o un Evelio Fernández Arévalo.
Mucho menos estaríamos reinstalando en la agenda pública un tema que reiteradas veces se viene postergando, para evitar tocar poderosos intereses económicos y políticos, como es la proliferación y el funcionamiento puramente comercial, sin ningún control serio, de universidades de bajísima calidad y que expiden títulos sin cumplir con un mínimo rigor académico. Todo, porque Portillo se ufanó de contar, a sus 33 años, con nada más y nada menos que 7 títulos universitarios. Algo sobre lo que varias instituciones lo desmintieron luego, pero que suena posible en un país donde pululan las universidades de garaje.
Gracias a la actuación de personajes como Portillo, a los que no les da la talla para ocupar una banca en el Congreso, ahora se vuelve imperativo apoyar hasta su concreción el desbloqueo de las listas sábana de candidatos a cargos pluripersonales, para que en las próximas elecciones generales podamos elegir congresistas mejores. Y, definitivamente, terminar con la estafa de que nos metan de nuevo “doctores e ingenieros” falsos como Portillo, de los que puede esperarse todo, por aquello tan simple como “el que miente roba, el que roba...”.