Cuando algunos medios publicaron recientemente el caso de una niña supuestamente abusada por una asistente de la escuela bíblica para niños del Centro Familiar de Adoración, filial de Zeballos Cué, corrió un meme por las redes sociales con la figura del arzobispo de Asunción diciendo: “No hacer de una piedrita una montaña"; y abajo, la del pastor Emilio Abreu, diciendo: “No hubo violación, hubo abuso”.
El cuadro es muy fuerte. Coloca al mismo nivel los criterios de valoración de dos pastores cristianos. Uno de la Iglesia Católica y otro de una iglesia evangélica, que no supieron responder como se espera que lo hagan unos líderes religiosos influyentes ante una situación delicada y grave.
El primero minimizó en una carta dirigida a los jóvenes, el caso de una dirigente juvenil que denunció acoso por parte de un cura de su parroquia.
El segundo se preocupó más por las críticas hacia su Íglesia antes que por la situación de la niña, presunta víctima de un abuso sexual en la escuela bíblica de la congregación de Abreu.
Ante hechos como estos, lo que cualquiera esperaría es que la cabeza de la institución afectada por la denuncia, en primerísimo lugar, manifieste preocupación e interés por la situación de la eventual víctima y en segundo lugar que colabore con predisposición a la investigación para que se esclarezca lo ocurrido. Si se confirma el hecho, que tengan la humildad de pedir perdón a las víctimas, y que las instituciones que dirigen no abandonen a estas.
En una entrevista con Radio Ñandutí, el pastor Abreu puso en duda la validez de la cámara Gesell aplicada para la entrevista de declaración testimonial de la niña en cuestión, y se jugó por “el buen testimonio en la Iglesia” de la mujer que la víctima señaló como la que “le hizo naná” en sus partes pudendas.
También resaltó la situación de vulnerabilidad de la familia de la niña, diciendo que hay denuncias en las Codenis que demuestran esto e insinuó que la pequeña pudo haber sido abusada con anterioridad en su propio entorno familiar.
Imagínense si se juzga a las personas por “el buen testimonio” que demuestran en la Iglesia. ¡Cuántos lobos vestidos de corderos abundan en todas las confesiones religiosas!
Si el arzobispo y el pastor Abreu se conducen así, automáticamente poniendo en duda el testimonio de las víctimas y minimizando el hecho, ¿qué podemos esperar del resto de la sociedad?
Para ser justos, tampoco corresponde atacar a una institución, por la actuación individual de uno de sus miembros, salvo que haya habido denuncias ante los responsables de la entidad y estos no adoptaron ninguna medida. Entonces son cómplices y corresponsables. Los curas acosadores y pedófilos o los pastores y colaboradores ídem no son toda la Iglesia, así como los jueces venales no son todo el Poder Judicial.