Cuando miles de estudiantes que soñaban ir a la universidad y no podían entrar en la UNA por la baja calidad de sus bachilleratos de periferia o del interior y llevaban años pagando estos falsos centros de estudio de nivel superior, verdaderos garajes convertidos en universidades.
Los dueños se declaran en bancarrota (las verdaderas universidades nunca deben tener “dueño” porque no son una mercancía) y dejan en la calle sin ilusiones, sin plata y habiéndoles hecho perder años valiosos de sus vidas a miles y miles de la juventud paraguaya.
“Y ahora, ¿qué?”.
¿Quién devuelve la ilusión, por primera vez en el hilo generacional de una familia de aquel chico o muchacha cuyos padres apenas habían llegado al tercer grado, y su hijo/a ahora daba el gran salto universitario?.
¿Quién devuelve la plata de mensualidades pagadas para nada durante años por los estudios (que ahora resultan que no valen) a familias generalmente de la clase empobrecida?
¿Quién les devuelve el tiempo perdido a estos muchachos y chicas que lo gastaron soñando que serían el trampolín para elevar el nivel suyo y de toda la familia, inclusive de su barrio pues muchos de ellos también estudiaban para la redención de su clase social). Ahora el Estado se lava las manos. Los autores de este engaño se ocultan como ratas. Y el desencanto del pueblo, ya grande, sube de grado en la juventud.
Es obligación del Estado darle continuidad a estos estudios ilusiones y plata gastada.
La justicia debe enviar a Tacumbú a los amos de estas falsas universidades, aunque sean diputados o senadores.