El mundo se pregunta, ¿qué habrá ocurrido en el Brasil para que en poco más de un año, pasara de ser una estrella ascendente entre los países emergentes, a ser un país sumergido en un caos político, económico y social?
Muchos dicen que el detonante ha sido la corrupción, pero no pocos afirman que la corrupción en la política brasileña es, sin embargo, un mal que arrastran desde hace mucho tiempo.
Para algunos analistas de izquierda, la crisis actual es producto de una conspiración de los sectores dominantes del Brasil para derrocar a un Gobierno popular que ha aplicado una fuerte política distributiva –aumento de impuestos y transferencias monetarias a los sectores carenciados– que permitió reducir la pobreza, la desigualdad y la inequidad.
Pero analistas de la derecha afirman que esta política distributiva, realizada con una gigantesca corrupción, ha reducido drásticamente la capacidad competitiva de la economía brasileña, ha destruido al sector industrial y ha limitado al país a ser un simple productor de materias primas.
Esta es la causa de la actual recesión económica, que está trayendo desempleo e inflación, y que traerá en el corto plazo mayor pobreza, mayor desigualdad y mayor inequidad. Estas palabras: desigualdad e inequidad, requieren de una profunda reflexión, porque la mayoría las utiliza como sinónimos, cuando realmente no lo son. La igualdad o desigualdad es algo que se puede medir, consecuentemente es un tema estadístico; mientras que la equidad o inequidad no se puede medir, porque es el resultado de un juicio ético y moral.
Con herramientas estadísticas como el Índice de Gini, uno puede medir el nivel de desigualdad que existe en una sociedad, pero solamente pasando esos datos por el filtro de los valores éticos y morales de cada uno se puede concluir si la situación es equitativa o no.
Para las personas cuyo principal valor es la igualdad, una sociedad es más equitativa en la medida que es más igualitaria, pero para las personas cuyo valor más importante es la libertad, una sociedad es más equitativa cuando es más desigual.
Cuando los socialistas se preguntan: ¿es equitativo que alguien gane más porque nació en una cuna de oro que le permite comer bien y tener buena educación, que otra que nació en la miseria, pasó hambre y no tiene estudios?, la respuesta es no.
Pero cuando los liberales se preguntan: ¿es equitativo que una persona que trabaja duro y asume riesgos gane igual que otra que no lo hace?, la respuesta es también no.
Estamos ante un dilema donde ambas partes tienen razón, con lo cual si queremos vivir juntos en armonía, tenemos que encontrar un punto de encuentro, una síntesis entre estas dos posiciones extremas.
No nos sirve la política igualitaria de un socialismo que con el objetivo de distribuir e igualar, destruye la capacidad de crear y de construir de las personas más dinámicas y emprendedoras.
Pero tampoco nos sirve un individualismo liberal que deja a cada ser humano librado a su propio destino, porque es injusto pretender que personas que no han tenido las condiciones mínimas de alimentación y educación, puedan competir y desarrollarse.
La situación de profunda división y de enorme malestar social del Brasil es el espejo donde tenemos que mirarnos para aprender lo que NO debemos hacer, y donde la enorme desigualdad existente ha sido el caldo de cultivo para la aparición del populismo y de los liderazgos mesiánicos.
Debemos trabajar para igualar las oportunidades, pero sabiendo que los resultados van a depender del esfuerzo de cada uno y consecuentemente van a ser desiguales.
Esa igualdad de oportunidades, pero con resultados desiguale es, a mi criterio, lo equitativo y lo único que puede traernos el desarrollo y la paz social.