En los últimos años se discute un tema interesante en el derecho y con alcances ciudadanos muy concretos: el derecho al olvido.
¿Qué es?
Explican que consiste en la posibilidad legal de parte del titular de un dato personal a suprimir información personal que se considera obsoleta o no relevante por el transcurso del tiempo o porque afecta sus derechos fundamentales.
El caso más típico es el de las deudas contraídas y con morosidad en el pago.
Después de cierto tiempo queda prescripta la obligación de pagar, pero no así la de informar al respecto y “prevenir”.
¿Qué hacer para mantener la seguridad financiera, sin ahogar a los antiguos infractores?
En España, por ejemplo, admitieron que “solo se podrán registrar y ceder los datos de carácter personal que sean determinantes para enjuiciar la solvencia económica de los interesados y que no se refieran, cuando sean adversos, a más de seis años, siempre que respondan con veracidad a la situación actual de aquellos”.
Hasta allí la cuestión parece razonable, estemos a favor o no.
Pero ¿qué pasa ahora?
Que este derecho al olvido se invoca para que la internacional Google, por ejemplo, borre por orden judicial datos vergonzantes para ciertos miembros y que quedaron grabados y almacenados.
Es un derecho asociado a la protección de la vida privada.
Para sus defensores se trata de evitar que “por un perro que maté me llamen mataperros”.
Pero ¿qué pasa cuando el que se acoge a este derecho fuera condenado por dedicarse a la prostitución infantil y a la pornografía como ha ocurrido ahora en Japón, donde un tribunal condenó a Google a borrar los datos del pervertido debido a que ya cumplió su condena? ¡Uf!
¿Se entiende la complicación moral?
¿Y qué pasa con los criminales nazis o radicales islamistas que deseen ser “olvidados”?
¿Quién marcará la delgada línea que divide, por un lado, la protección de la privacidad y la consideración de la posibilidad de enmienda de un ser humano, y por el otro lado, el apañamiento de actos y personas criminales?
Hoy que todo el mundo usa internet –sobre todo, los niños y jóvenes–, y que se cometen muchos crímenes relacionados justamente con la manipulación de perfiles en la red, creo que vale la pena considerar mejor lo que está en juego.
En lo particular, no estoy de acuerdo con la memoria sin piedad que se resume en aquello de “ni olvido ni perdón”, porque esto no construye.
Pero creo, porque veo a mi alrededor, que la memoria es clave para el equilibrio y la madurez.
Recordar lo malo sin estimular el odio, para aprender del error y proteger la privacidad sin apañar la impunidad es una cuestión seria.
Y por casa, ¿cómo andamos en este tema?