24 abr. 2024

Derecheras, un camino que conduce a sojeros

El ojo despierto

El castellano paraguayo -ese que nosotros reinventamos a partir de la matriz proporcionada por la lengua que Cervantes ayudó a consolidar y que llegó con los conquistadores españoles- está lleno de perlas.

Hay vocablos que, pensando con cierta lógica, parecen apuntar en su significado a un lado y, sin embargo, tienen otras direcciones. Por ejemplo, arribar no es llegar sino subir una cuesta; normal es anormal; señear no es entregar una seña de trato, sino hacer un gesto en un código que el interlocutor comparte y aprueba.

Con ese esquema verbal hay que entender una voz que en estos días -a partir del mbaipy nde’áva que hierve en Ñacunday- resucita para recordarnos el lado más oscuro del tráfico de tierra en el Paraguay.

Es la palabra derechera. De buenas a primeras, parece remitir a lo recto, sin desviación. O a lo que está en el lado derecho de algo.

Sin embargo, hace referencia al derecho de posesión de la tierra. Vender la derechera es otorgar a otro -de manera verbal, por lo general, aunque por la desconfianza reinante en las últimas décadas, con un recibo de por medio con mención del objeto de la transacción- el derecho de usufructo previo pago de una suma de dinero, por supuesto.

Ese comercio operaba y opera de este modo. El Instituto de Bienestar Rural (IBR), en tiempos del dictador Stroessner, y el Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert), en democracia, da el derecho de ocupación a quien solicita la tierra (lote rural o urbano) a ser pagada en cuotas. Cuando se abona la totalidad del precio de la parcela, titula el Indert.

Sin embargo, los que solicitan la propiedad -sin estar habilitados a ello porque lo concedido no se puede vender por un lapso de 10 años- venden su derechera (el derecho de posesión) a un segundo propietario; este lo hace a un tercero y este a un cuarto. Ha oho hína. La tierra ndaikuatiái, no tiene papel (en el castellano paraguayo, título), pero pasa de dueño a dueño sin obstáculo alguno.

Si por ahí el cuarto o el quinto se queda en la tierra tiene que encontrar al primero para que este la titule y le transfiera -tras cumplirse un tiempo establecido en el Estatuto Agrario- al nuevo propietario. Si aquel murió, se fue a Buenos Aires o está en alguna lejana ocupación, amóntema. Técnicamente, el Indert sigue siendo la propietaria.

Hoy, muchas de esas derecheras pueden estar en manos de sembradores de soja.

A averiguar la situación de las derecheras es que se lanza el interventor del Indert Emilio Camacho. Menuda tarea le espera al constitucionalista.

Lo que va a constatar in situ, muy probablemente, es que muy pocos propietarios originales permanecen en sus lotes. Y que la mayor parte de la tierra está en manos de sojeros que un día habrán ofrecido por la derechera 20 millones, después 30 y terminaron comprando por 50 millones de guaraníes.