Ingentes masas de niños existen hoy, que conocen el deporte en la soledad de sus casas entre cuatro paredes. Disfrutan absortos destrezas de Cristiano Ronaldo o Kobe Bryant y con dedos hábiles driblean o gritan goles mágicos en pantallas que nunca asomarán a la realidad palpitante de una cancha de barrio repleta de niños jadeantes y sudorosos. Ni cerca estarán siquiera de la ofuscación de una gresca fugaz, que tanto enseña y que podrían relatar en sus casas.
A esto se suma la industria alimentaria, que no escatima presupuestos para sembrar tempranos hábitos de comida basura para esos cuerpecitos tiernos y con ello devendrán muchos abdómenes adiposos y cabezas deseosas de pizzas, hamburguesas y gaseosas, prestas a cubrir la sed artificial de manos exhaustas de esfuerzos imaginarios y estáticos.
Formamos así niños que socializan poco y se recrean en mundos mentales, que las más de las veces los incapacitan a interacciones humanas ricas de emociones. Las redes sociales profundizan estos desbalances y hasta creen los niños que tienen cientos de amigos en mundos virtuales que señalan el futuro.
Evoca mi memoria lejanos años escolares, donde aprendía a jugar al fútbol en cortos recreos corriendo y pateando tapitas, rompiendo calzados que mi madre no entendía cómo. Salíamos de las aulas corridos del tedio de materias agrias a nuestras energías desbordantes. Terminábamos esos vertiginosos veinte minutos mojados pero listos para otra hora de escucha sobre las características de los artrópodos o similar.
Un respetado catedrático internacional en reciente charla sobre “La educación del futuro” proponía solo tres días semanales de clase en las escuelas, pues contenidos valiosos hoy, como pensamiento crítico o resolución de problemas, residirán en personas autogestionadas y nutridas en bibliotecas digitales. Pues si de memoria se trata, nadie puede competir con Google. Los maestros serán guías motivadores para dirigir a inteligencias precoces a sus mejores capacidades.
Agregaría como sugerencia pedagógica a especialidades deportivas grupales como el fútbol o basquet. Con un buen profesor de psicología y ejercicios concretos, niños de corta edad podrían aprehender conceptos valiosos que los prepararían con la guía adecuada a manejar mejor sus emociones negativas y respeto a las reglas impuestas.
El fútbol tiene la magia de representar en cortos minutos variadas situaciones que enfrentarán en sus vidas adultas en ámbitos profesionales, sociales y familiares.
Aprendería un niño por ejemplo que:
- Somos todos diferentes en talentos, temperamentos, limitaciones, y físicos.
- Que puedo superar mis limitaciones con constancia y puedo aprimorar mis virtudes con la misma receta.
- Que soy dueño de mi autoestima y, que nunca ella reside en boca ajena.
- Que si me respeto, también debo el mismo respeto a mis compañeros, adversarios, jueces y públicos.
- Que mi comportamiento no está determinado por lo que ocurre con mis compañeros o rivales o árbitros. Y puedo actuar diferente al grupo aunque ello no se entienda o moleste.
- Que puedo ser solidario en la adversidad con mis compañeros y hasta generoso con mi adversario.
- Que puedo ser rudo, pero jamás malintencionado.
- Que si es mi aporte más deslumbrante con goles geniales, sabré que ellos dependen de virtudes indispensables y no muy vistas de mis compañeros.
- Que el fragor de un partido no me avala para dar rienda suelta a los malos modales.
- Que siendo ganador tendré la entereza para comprender la envidia de algunos compañeros y hasta aceptar la burla sin despreciar a quien la manifieste.
- Que bien puedo perder, y en ello aprender mucho, y que podría ganar y en ello perder mucho.
- Que a la fortuna hay que ayudarla con el esfuerzo máximo en la adversidad.
Un partido de fútbol, aunque sea final de copa de clubes, sigue siendo un simple partido de fútbol. No se va la vida ni mi honra en el.
Y aún siendo joven, con el tiempo sabré que el deporte es fuente noble de amistades verdaderas, pues se forjan en esfuerzos genuinos de intereses comunes y que deben primar sobre intereses individuales.