La Tradición asocia el don de fortaleza al hambre y sed de justicia. “El vivo deseo de servir a Dios a pesar de todas las dificultades es justamente esa hambre que el Señor suscita en nosotros. Él la hace nacer y la escucha, según le fue dicho a Daniel: Y yo vengo para instruirte, porque tú eres un varón de deseos (Dan 9, 23)”.
Este don produce en el alma dócil al Espíritu Santo un afán siempre creciente de santidad, que no mengua ante los obstáculos y dificultades. Santo Tomás dice que debemos anhelar esta santidad de tal manera que “nunca nos sintamos satisfechos en esta vida, como nunca se siente satisfecho el avaro”.
A propósito del evangelio del día, el papa Francisco dijo: “La Virgen va a visitar a Isabel, e Isabel le dice: ‘He aquí, apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno’.
Todo es alegría. Pero nosotros cristianos no estamos muy acostumbrados a hablar de alegría, de gozo. Creo que muchas veces nos gustan más los lamentos. ¿Qué es la alegría? La clave para comprender esta alegría es lo que dice el Evangelio:
‘Isabel fue colmada de Espíritu Santo’.
Es el Espíritu Santo quien nos da la alegría. En la primera oración de la misa hemos pedido también la gracia de la docilidad al Espíritu Santo, quien nos da la alegría.
[...] A mí me gusta pensar: los jóvenes cumplen la Ley; los ancianos tienen la libertad de dejar que el Espíritu les guíe. Es hermoso esto.
Es precisamente el Espíritu quien nos guía. Él es el autor de la alegría, el creador de la alegría. Y esta alegría en el Espíritu nos da la verdadera libertad cristiana.
Sin alegría, nosotros, cristianos, no podemos llegar a ser libres. Nos convertimos en esclavos de nuestras tristezas.
No se puede llevar adelante el Evangelio con cristianos tristes, desesperanzados, desalentados; no se puede. Esta actitud es un poco funeraria. En cambio, la alegría cristiana deriva precisamente de la alabanza a Dios…”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y https://www.pildorasdefe.net)