En la Universidad Nacional de Asunción (UNA) algo está ocurriendo. Este año hubo una oleada de reclamos de estudiantes de distintas carreras, cuyas exigencias pueden englobarse en dos cuestiones: transparencia y calidad educativa. La respuesta a estas manifestaciones de disconformidad no se hizo esperar demasiado y, como muchas otras veces, la solución más fácil, la punitiva, fue la que se impuso.
En la Facultad de Filosofía la misma decana, María Angélica González, denunció ante la Fiscalía a 52 alumnos y a un docente por coacción grave y privación de libertad. ¿Por qué? Porque los estudiantes se habían declarado en huelga e hicieron una “toma” de la facultad, reclamando la reposición de una docente apartada de su cátedra por un cuestionado sumario y la total transparencia de las autoridades de la casa de estudio.
En la Facultad de Ingeniería, el Consejo Directivo tuvo una reacción similar. Dos estudiantes que denunciaron supuestas irregularidades en la carrera fueron sumariados por declaraciones que hicieron en sus cuentas personales de Facebook y Twitter.
Si es que estos alumnos calumniaron, injuriaron o difamaron a funcionarios de la universidad, el único camino legítimo es una querella ante un juez penal. El sumario por declaraciones de alumnos pone en jaque a la libertad de expresión del alumnado, además de ser una medida prepotente y peligrosa.
Quizás el descontento del estudiantado se fue acumulando durante años. Quizás la mediocridad y la decadencia de varias carreras tienen algo que ver con la extrema politización de las instituciones educativas, los funcionarios y hasta los centros de estudiantes.
Esta situación —que atañe a partidos de distintos colores e ideologías— ya quedó evidenciada en marzo del 2011, cuando este diario publicó la nota en la que el rector de la UNA, Pedro González, “instaba” a los funcionarios de la universidad a sumarse al proyecto de Horacio Cartes. La nota tenía la firma de González, quien dijo que lo hizo “a título personal”, y también había sido rubricada por decanos de distintas carreras.
La problemática estudiantes-autoridades es compleja, pero lo realmente interesante de todo esto son las acciones emprendidas por los alumnos. Estos tomaron una actitud inusual: piden que aumente la calidad de la educación y exigen cuentas claras a sus facultades.
Puede ser solo la ola de indignación que recorre el mundo y se instaló en Paraguay como una moda pasajera, pero también es posible que algo importante se esté gestando en los pasillos de la UNA. Lo veremos en unos años, cuando estos estudiantes sean profesionales de distintos ámbitos. En el mejor de los casos, los que hoy piden transparencia, mañana dejarán las aulas y se trasladarán a las calles y plazas. Esperemos que la indignación no acabe.