Desde comienzos de la década de los 40 hasta nuestros días, el Paraguay ha sido permanentemente asesorado y tutelado, en lo económico, por el Gobierno de los Estados Unidos primero y por el Fondo Monetario Internacional después.
Producto de este asesoramiento se aplicaron en nuestro país políticas económicas ortodoxas, como por ejemplo, no gastar ni endeudarse más allá de lo que los ingresos permiten y tener un Banco Central independiente que sea custodio de la estabilidad de precios y no emita dinero para financiar al fisco.
Basados en esa política económica ortodoxa en el Paraguay se creó un Banco Central autónomo, se emitió el guaraní como moneda nacional y se ordenó el funcionamiento del Ministerio de Hacienda.
Gracias a este tutelaje durante todos estos años tuvimos equilibrio fiscal, inflación baja y endeudamiento controlado, a pesar de los vaivenes políticos que hemos vivido, como una guerra civil en 1947, una larga dictadura desde 1954 y una, por momentos, anárquica democracia desde 1989.
La crítica a esta política a la que muchos denominan “ortodoxia salvaje” es que la misma se aplica a rajatabla sin importar los costos sociales que pueda tener, como el quiebre de empresas, el desempleo de la gente o la falta de acceso a servicios públicos como caminos, educación o salud.
En nuestros países donde hay tantas necesidades y tan pocos recursos, una política ortodoxa es políticamente impopular y suele ser el caldo de cultivo para la aparición de liderazgos populistas, que se pasan al otro extremo, es decir, a prometer darle todo al pueblo, sin ningún costo.
El populismo no es una ideología, sino un estilo de gobierno donde aparece un líder, que se constituye en un semidios, que “defiende a los pobres de las ambiciones desenfrenadas de los empresarios” y del capitalismo internacional y que promete alimentos, vivienda, salud y educación gratuita para todos.
Como en economía “no existe comida gratis” y alguien debe pagar la fiesta, primero la pagan los empresarios con un aumento descontrolado de impuestos que termina con la quiebra de las empresas y la fuga de capitales; después se recurre al endeudamiento externo que termina en default o se recurre a la emisión de dinero del Banco Central que termina en hiperinflación.
En los últimos 60 años en nuestra región latinoamericana nos hemos movido en un trágico péndulo, que nos ha llevado desde el extremo del populismo irresponsable como el de Chávez al otro extremo de la ortodoxia salvaje como la de Menem.
En el Paraguay, sin embargo, no hemos vivido ese péndulo porque desde hace también 60 años hemos adoptado políticas ortodoxas que nos aseguraron la estabilidad, pero que por otro lado, nos dejaron un gigantesco déficit social. Hoy ya no podemos quedarnos en la ortodoxia actual, pero debemos evitar caer en la tentación populista.
Viendo a nuestro Congreso ganando apoyo popular con leyes que van contra la actividad empresarial, viendo a Nicanor y a Lugo subir en las encuestas con discursos irresponsables, y viendo las últimas decisiones populistas del presidente Cartes, uno no puede dejar de preocuparse.
Para evitar entrar en el péndulo latinoamericano, tenemos que aceptar que la estabilidad macroeconómica es fundamental pero es un medio y no un fin; el fin debe ser el bienestar y una vida digna de nuestra gente.
Pero esa vida digna solamente va a obtenerse con racionalidad y con trabajo tenaz e inteligente.
Esa vida digna solamente va a obtenerse con el desarrollo del Paraguay, para lo cual necesitamos de una estrategia clara y compartida, de empresas bien gerenciadas y competitivas y una ciudadanía informada que sepa que el trabajo duro es el único camino para labrar un futuro mejor para ella y para sus hijos.