Solemos decir que los hijos se parecen casi siempre a los padres y que en definitiva son producto de la sociedad en la que les toca vivir. Lo que está ocurriendo con el escándalo –cínico– del safari de los estudiantes del reputado colegio Internacional, genera ese efecto –también cínico–, producto de la doble moral, en donde últimamente el ladrón se asusta del asaltante.
Nos escandalizamos de lo violentos que se están poniendo nuestros hijos y no nos detenemos a mirar qué estamos haciendo y qué formación o influencias están recibiendo en los centros de aprendizaje o sus entornos.
En este caso pareciera que el foco de la crítica se dirige a los estudiantes de último año que desarrollan entre septiembre y octubre una actividad sin sentido y que no hace otra cosa que reforzar prejuicios, malos hábitos y naturalizar barbaridades culturales convirtiéndolas en juego, diversión, sin reparar en el daño y las marcas que dejan en ellos mismos y en sus ocasionales víctimas.
No voy a extenderme en la sarta de aberraciones que forman la larga lista de “desafíos” para alcanzar altos puntajes. Las cosas van desde robos de carteras hasta agresiones físicas como ritual de diversión, contra desconocidos. Varios de ellos delitos tipificados.
Esta “práctica” se produce porque los directivos lo consienten, lo fomentan, lo alcahuetean; porque además usan el nombre del colegio. La cabeza y el cuerpo docente deben estar enterados, porque es responsabilidad de ellos hacerlo. Aunque lo nieguen, tienen que recibir alguna sanción por acción u omisión. De igual modo los padres saben. Por lo general algunos hasta acompañan a los estudiantes a los sitios de “los desafíos”. Por esta situación y las consecuencias de los actos de sus hijos deberían pagar una alta multa, para que comprendan la dimensión del problema. Y los/as chicos/as, debían quedar encerrados en sus casas, sin recursos ni privilegios por lo menos por 30 días, a ver si recapacitan.
Dentro de todo este debate, el otro elemento a considerar es el tipo de colegio en donde se practica con mayor asiduidad esta abominación, que no aporta nada sustancial a la formación del joven. Son instituciones de clase media para arriba. Eso debería significar algo. O la permisividad y la impunidad son elevadas o las familias están produciendo esa conducta, la de la violencia como diversión, la inescrupulosidad como relajo.
Este es el momento justo en que el Ministerio de Educación debe poner un alto. Que en todo caso se reorienten las actividades extraacadémicas para que más tarde o más temprano no lamentemos desgracias irreparables.