28 mar. 2024

De la negación al escepticismo

Por Guido Rodríguez Alcalá

El concepto del calentamiento global, así como lo entendemos ahora, fue definido por el científico norteamericano James Hansen, funcionario de la NASA (la agencia espacial norteamericana), en 1988, en una presentación en el Congreso de los Estados Unidos.

A partir de entonces hubo una mayor conciencia sobre la influencia de las acciones humanas en ese fenómeno.

Esa conciencia se manifestó en propuestas y medidas tendientes a evitar ese fenómeno; entre ellas, el reemplazo de las fuentes de energía contaminantes por las menos nocivas para el ambiente.

Ciertas empresas del sector de las contaminantes (petróleo, gas, carbón) reaccionaron dando miles de millones de dólares para organizar campañas de descrédito de la idea del calentamiento global, que consideraban un embuste. Parte de la campaña fue y sigue siendo financiar investigaciones de científicos complacientes con las grandes empresas.

La campaña tuvo éxito, porque dificultó o impidió la adopción de leyes y acuerdos internacionales para encarar el problema, como señala Naomi Klein en su último libro Esto lo cambia todo.

Sin embargo, ya se ha vuelto difícil sostener que el calentamiento global es un embuste: no lo aceptan las instituciones científicas más prestigiosas del mundo.

Para el IPCC (siglas en inglés de la división de las Naciones Unidas que se encarga del tema), la probabilidad de que el calentamiento global sea obra del hombre y tenga consecuencias negativas supera el 95%.

Un análisis de los trabajos científicos publicados entre 1991 y 2011 sobre el tema indica que el 97,2% de los mismos concuerdan en que el calentamiento global es obra del hombre.

Ciertos escépticos exigen una certeza total, ignorando dos cosas: en primer lugar, la ciencia moderna opera con el cálculo de probabilidades y, como dijo un investigador, no se puede impugnar una probabilidad del 97%.

En segundo lugar, la verificación solo será posible si dejamos que las cosas sigan como están, y esperamos unas décadas para constatar si el planeta ha quedado destruido o no.

Cualquier persona sensata, cualquier gobierno sensato, se basa en una previsión racional del futuro.

Debo agregar: cualquier empresa petrolera sensata; varias de ellas, como la British Petroleum, aceptan la idea del calentamiento global.

Solo que esas empresas, para pasar de los hidrocarburos a la energía limpia, piden un acuerdo y un marco legal; si lo hay, van a sumarse a la campaña a favor del planeta; caso contrario, seguirán con sus negocios de siempre.

Paralelamente, ciertos grupos de inversionistas anticipan que el calentamiento afectará de forma desigual a las distintas regiones del mundo, porque inundará vastas áreas del Sur y volverá más templadas otras del Norte, y se preparan para hacer grandes negocios.

El calentamiento puede ser muy lucrativo para ellos, dice el norteamericano MacKenzie Funk en su libro titulado El negocio floreciente del calentamiento global (The Booming Business of Global Warming).

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