Cuando la mayoría de los intendentes siguen considerando que el dinero del Fondo Nacional de Inversión y Desarrollo (Fonacide) es la mina de oro que por fin encontraron para arricarse, la Contraloría General de la República es una fuente de corrupción y no de combate a la corrupción y la Universidad Nacional de Asunción (UNA) un próspero nido de sinvergüencería, es imposible no preguntarse por qué se dan esas situaciones y si alguna vez serán erradicadas.
Hay que considerar que los funcionarios con poder para usar parte de los fondos públicos en beneficio propio y de los que ellos eligen operan en el marco de una cultura.
La cultura es el modo de ser propio de una colectividad condicionada por su historia. Es un modo de ser que incluye maneras de pensar y de hacer. Allí hay valores y antivalores compartidos socialmente, transmitidos de generación en generación y aprendidos en el transcurso de la vida, lo que se acepta —aunque esté mal y sea un delito incluso— como válido y lo que se rechaza.
Según el pa’i Saro Vera —un arandu para desmenuzar la cultura paraguaya—, el que detenta el poder considera que el bien público es suyo y actúa en consecuencia.
Existe el “chemba’e” y, a lo sumo, el “oremba’e” (para compartir migajas con sus parientes, amigos y algunos “favorecedores”). El ñanemba’e, que es el bien común del que él es solo el administrador ocasional, es todavía, en buena medida, una utopía. Sin contar las excepciones, mombyry gueteri ñandehegui esto último.
Para alcanzar sus fines de acopio de fortuna y reparto de prebendas a sus leales, pisará las leyes, excluirá de su entorno a los honestos y a los críticos. Sabe que no hay que transgredir las normas, pero igual lo hace. Por eso el ñe’ênga verbalizó esta expresión: “Nda’ivaíri la ñamonda, la ivaíva jajepilla”. Y muchas veces ni eso, cuando existe un sólido entramado de complicidad entre poderosos.
¿Por qué prevalece esa conducta tan contraria a un proyecto de nación donde todos alcancemos un mínimo de bienestar y encontremos las oportunidades de ser felices?
Porque en la cultura paraguaya —aunque muchos no lo admitan— hay una fascinación por el sinvergüenza exitoso. “Tojapóna, to’úna si ivale”. Eso va más lejos: se les tolera e incluso se aspira ser como ellos algún día. Si estas afirmaciones fueran falsas, nadie hubiera vuelto a votar por intendentes, diputados o senadores comprobadamente corruptos.
Los políticos, los funcionarios públicos y el resto de la población estamos labrados en la misma matriz de una memoria colectiva con demasiadas huellas del pokarê. Su influencia es tan fuerte que un escándalo mata a otro escándalo. Y el muerto, de a poco, resucita de nuevo. Si no, pregúntenles a los parlamentarios con causas pendientes en la Justicia. Los Velázquez, Peralta y afines son muy “saludables” para su causa. La causa de la impunidad.
¿Será que este túnel cultural lleva a alguna salida? ¿Será la educación la llave de la revolución cultural? Así como está, es solo reproductora de esa cultura que asfixia al país.
Hay, sin embargo, atisbos de luz en el horizonte. Baste mirar a los jóvenes de la UNA. Y podrá pensarse, con una pequeña dosis de optimismo, que la cultura del chemba’e será alguna vez del ñanemba’e, por fin.