La unidad de Santo André tiene cuatro pabellones y es uno de los 42 centros de detención provisional esparcidos por todo el estado de Sao Paulo, que alberga a prácticamente a un tercio de los 622.000 presos encarcelados en Brasil.
Dentro de sus muros, preparados para acoger a un máximo de 534 personas, hay 1.405 detenidos aguardando una decisión final del juez que les permita recuperar su libertad o ser trasladado de manera definitiva a una cárcel donde cumplir su condena.
“Estoy esperando una sentencia hace un año y tres meses. De momento, no se mueve nada”, dice a Efe Wilson de Araujo (nombre ficticio), de 54 años, vestido con una camiseta blanca y un pantalón marrón, al igual que el resto de sus compañeros.
En el caso de Anderson da Silva (nombre ficticio), de 32, su estancia en Santo André se extiende hasta los tres años y durante ese transcurso recibió una sentencia de treinta, sin embargo, todavía enfrenta otro proceso en el estado de Bahía por lo que no ha podido ser trasladado aún a una unidad penitenciaria como tal.
Ante los problemas de hacinamiento, unido a la frustración por el tiempo de espera, el centro carcelario de Santo André se ha visto obligado a habilitar espacios para montar aulas de estudio y lectura y ofrecer servicios esenciales, desde el punto de vista jurídico, en las llamadas Jornadas de Ciudadanía.
Durante una semana los detenidos pueden iniciar el trámite para obtener su documentación, apuntarse a cursos de formación profesional, así como asistir a conferencias de motivación, un trabajo que tiene continuidad a lo largo del año.
“La charla de hoy tiene que ver con las competencias sociales. Hablamos sobre la empatía, la importancia que tiene colocarse en el lugar del otro y cómo se puede aplicar al día a día”, asegura a Efe Graziele Barbosa, gerente regional de la Fundación Professor Doutor Manoel Pedro Pimentel, que colabora en el evento.
Reunidos en una pequeña sala, una quincena de internos interactúa con Barbosa, quien sostiene que “no hay otra herramienta de transformación que no sea la educación” para el sistema penitenciario brasileño, el cual el pasado mes vivió uno de los episodios más negros de su historia con más de 130 reos asesinados.
“Escuchamos mucho que con ese ambiente de clase (los detenidos) no se sienten más presos y eso es muy gratificante”, subraya Barbosa y añade que estos programas hacen que la mente del recluso evite entrar en contacto con la atmósfera criminal instalada en muchas prisiones.
Da Silva y Carlos Santos (nombre ficticio), otro de los detenidos hace 14 meses, son además monitores de otros cursos, de emprendimiento en el caso del primero, pese a su condición de internos y participan en el club de lectura del centro.
“La base de la vida es el estudio, sin estudio no eres nada”, asevera Da Silva, quien antes era profesor de educación física.
Ambos no tienen dificultades para recordar el último libro que leyeron. Da Silva escogió “Shogun”, de James Clavell, una novela de aventuras que se desarrolla en el Japón feudal; mientras que Santos optó por “Tao Te Ching”, de Lao Tse, un texto clásico chino.
“La educación es la única cosa que puede cambiar el carácter y la vida de aquel que un día se equivocó”, comenta Santos.
El director técnico del centro de Santo André, Antonio Carlos da Silva, afirmó a Efe que la oferta de cursos no alcanza la demanda bien por la falta de infraestructura o por el ingente número de detenidos que llega cada día.
“Algunos crímenes de pequeño potencial están aumentando nuestra carga en la unidad penitenciaria conformando una población carcelaria bien mayor de lo que podría ser”, aseguró.
Ante esta realidad, Sao Paulo inició en 2015 las llamadas audiencias de custodia en las que es obligatorio la presentación del sospechoso en un plazo de 24 horas ante el juez para que este decida si lo mantiene detenido o considera que puede responder al proceso en libertad, aunque no siempre se cumplen esos plazos.
Y es que la población carcelaria de Brasil aumentó un 85 % entre 2004 y 2014, un crecimiento exponencial que ha provocado que el 40 % de los presos estén a la espera de juicio, según datos de Human Right Watch (HRW).
Mientras se revierte esta dura realidad, los funcionarios penitenciarios de Santo André intentan ser lo más cercano posible a los detenidos, estableciendo una relación próxima con ellos, porque “es más fácil trabajar con el diálogo que con la fuerza”, revela a Efe el agente Guilherme Nogueira.
Carlos Meneses Sánchez