19 abr. 2024

Cuando todos quieren ver al Papa

Una misa de un Papa es un acontecimiento que nadie quiere perderse. Desde la madrugada un goteo constante de gente enfila la calle Namugongo, que lleva al santuario donde el pontífice oficiará la misa, y las mototaxi no dejan de hacer viajes para que los peregrinos se ahorren los cinco kilómetros de marcha.

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El papa Francisco saluda a los fieles después de liderar la audiencia con el Instituto Italiano Nacional de Seguridad Social (INPS) en Saint Peters Square, Ciudad del Vaticano. | Foto: EFE

EFE


“Será un día atareado”, comenta uno de los taxistas, que se frota las manos solo de pensar en la cantidad de gente que llevará de ida y vuelta. El precio del trayecto son 4.000 chelines (algo más de un euro) y muchos están dispuestos a pagarlo, al fin y al cabo no todos los días viene el papa.

A medida que te acercas al santuario, la densidad de personas aumenta a cada paso y en el tramo final los codos chocan con codos y los hombros con hombros, pero no hay caos, los ugandeses son un pueblo disciplinado, con algún recordatorio esporádico de un agente, y aguardan tranquilos haciendo cola.

La seguridad es imponente: la Policía y el Ejército controlan cada palmo del lugar y, con más cortesía que apremio, dirigen a la multitud, que antes de las 6.30 ya puede contarse por miles a pesar de que faltan casi tres horas para que comience el oficio religioso.

En el interior del recinto todo está listo. “Espero que el papa nos recuerde lo importante que es la paz y la concordia para nuestro país, sobre todo ahora que tendremos elecciones en unos meses”, confiesa a Efe Edgar Twinamatsiko, un seminarista que viene desde el norte del país solo para ver a Francisco.

La llegada del pontífice es al más puro estilo estrella del rock. Cada vez que un coche asoma en el interior del santuario, la multitud comienza a vitorear y a gritar de alegría, aunque la mayor parte de las veces se trata de un efecto contagio provocado por unos cuantos entusiastas y el papa no llega.

Tras muchos vítores en falso, el papamóvil entra por fin en el santuario y la gente enloquece por completo al grito de "¡Papa!, ¡Jesús!”.

Por unos segundos, la disciplina y el sosiego que habían mostrado desaparece por completo y comienzan los empujones para llegar lo más cerca posible de la valla de seguridad.

Cuando recuperan la calma, los peregrinos, que en su mayoría son ugandeses, pero también los hay de Malawi, Etiopía, Zambia o Europa, vuelven a su estado de reposo y esperan a que empiece la misa cantando y aplaudiendo.

“Hoy, recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires ugandeses”, dice el papa nada más comenzar la homilía, en recuerdo de los 23 anglicanos y los 22 católicos que fueron asesinados a finales del siglo XIX.

La referencia capta de inmediato la atención de los presentes, que ya estaban totalmente entregados y tras la mención a los mártires aplauden y asienten a cada frase que pronuncia.

Fuera, las puertas del santuario siguen abiertas y la afluencia de gente es constante a pesar de que hace más de una hora que ha comenzado la misa.

Las pantallas de televisión que hay instaladas en los alrededores son suficiente durante un rato, pero llega un momento en que la gente acaba sucumbiendo y poniéndose a la cola para ver al papa en persona.

Lilian Mbaguta trabaja como recepcionista en un hotel y no podía salir del trabajo hasta las 9 de la mañana, cuando termina su turno. Ha llegado justo a tiempo para ver los últimos minutos de la homilía y su sonrisa al acceder al santuario lo dice todo.

Cerca, un anciano sube a hombros a su nieto de ocho años para que pueda ver por encima del mar de cabezas que no para de moverse y saltar a la mínima ocasión.

El crío lleva una bandera con la imagen del papa y, aunque seguramente no ha vivido lo suficiente para apreciar la magnitud de lo que pasa a su alrededor, no deja de agitarla al ritmo de la música.

Más de la mitad de los ugandeses no había nacido cuando el papa Juan Pablo II visitó el país por última vez, allá por 1993, y seguramente pasen otras dos décadas antes de que un pontífice vuelva a pisar la tierra de los mártires.

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