En su libro Reflexiones sobre el comportamiento de la vida, el premio nobel de Medicina, Alexis Carrel, afirma que la nuestra es una época de ideologías, en la que, en lugar de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, se intenta manipularla según las coherencias de un esquema prefabricado por la inteligencia.
Esta afirmación, ya mencionada en otra ocasión, vale retomarla en este momento para tratar de comprender –o explicar– el accionar inhumano e irracional del grupo criminal EPP, que desde hace 22 días tiene secuestrado al joven Arlan Fick, de apenas 16 años.
Desde el 2005, según datos periodísticos, este grupo asesinó a 34 personas, entre civiles, policías y militares, además de concretar atentados, ataques y secuestros. Hablamos de la muerte de seres humanos, de familias, esposas y niños heridos por esta violencia inaceptable y sin sentido.
¿Qué es lo que lleva a unas personas a cometer –de forma sistemática y permanente– actos inhumanos y criminales, basados en la violencia y el odio? ¿Quiénes “educaron” a estos jóvenes, instalando en ellos una ideología tan radical e irracional? ¿Cómo el ser humano puede justificar la lucha contra la pobreza y las injusticias, incluso matando a gente en situación de pobreza y cometiendo la más grande de las injusticias, que es eliminar la vida del semejante? ¿Quién les robó la esperanza y el respeto hacia sí mismos? Son preguntas que no pueden quedar como simple retórica, si es que buscamos un país mejor.
El fenómeno del EPP y su doloroso accionar deben ser un reclamo para ir hasta las raíces del problema, identificando además a los responsables de este “monstruo” que hoy enluta a tantas familias paraguayas; pues es un hecho que sus líderes siguen reclutando mentes juveniles para sumergirlas en el anonimato y la criminalidad.
A esta altura, queda claro que la formación con base marxista, llevada a puntos extremos y sin análisis crítico, sumada a la pobreza, la ignorancia y la ausencia del Estado, terminan gestando mentalidades en donde la vida humana no vale nada, y la lucha por la justicia se reduce a la eliminación de los ricos. Y demás está decir que mientras las realidades de miseria humana y material no sean atendidas, estas zonas seguirán siendo tierra fértil para teorías manipuladoras.
Una educación de la razón como apertura a la realidad sin esquemas, de respeto a la dignidad humana, y en la que la lucha por la justicia social es una tarea en el cotidiano, quizás pueda evitar terminar con una ceguera tal, como la de estos pobres criminales.