El cartel está roto, ajado y sucio como la memoria histórica, pero todavía está allí.
Los nombres de los mártires, grabados a fuego sobre la cruz de madera, ya apenas pueden leerse... pero aún permanecen.
Ahora la histórica plaza frente al Cabildo es un espacio desnudo y vacío, donde sopla un frío viento de soledad y de olvido.
Hace 17 años no era así.
Había miles de jóvenes con rostros pintados con los colores de la Patria.
Había banderas al viento, consignas y música en el aire. Una plaza inundada de pueblo, habitada de indignación, de gritos, de rabia, de idealismo, de plegarias y canciones.
Había jóvenes, campesinos y trabajadores movilizados contra la amenaza de los proyectos totalitarios. Manifestantes que confundían la bandera con su propia piel y parecían no tener miedo a la muerte.
Había solidaridad ciudadana sin barreras que se volcaba a las calles. Un país capaz de imaginarse distinto... aunque solo fuera en el violento frenesí de aquellos seis días y seis noches otoñales de marzo.
¿Qué se hizo de tanta pasión cívica colectiva? ¿Qué oscuros francotiradores asesinaron aquellos sueños?
A 17 años de la mayor gesta ciudadana en la historia del Paraguay, solo unos pocos familiares de los héroes de marzo encienden velas en el aliento del atardecer, que todavía trae eco y voces de gritos y explosiones en medio del silencio estruendoso. A su alrededor, donde antes había multitud, hoy solo hay orfandad y silencio.
¿Qué es lo que buscamos olvidar? ¿Acaso el heroísmo de quienes fueron capaces de dar la vida por sus ideales de libertad y patria?
¿O lo que de veras queremos olvidar es la perversa manipulación del coraje cívico que luego hicieron los que llegaron para servirse en mesa puesta, los ladrones de ilusiones ciudadanas, los políticos corruptos y traidores que prefirieron desperdiciar la privilegiada oportunidad de construir un país mejor?
No hay que olvidar ni a los unos ni a los otros.
Ni a los Judas de la política paraguaya, que siguen traicionando al pueblo por mucho más que 30 monedas, aunque hoy algunos tengan otros rostros y otros nombres.
Mucho menos hay que olvidar a quienes nos enseñaron que cuando la gente se une colectivamente y con convicción en torno a un ideal, no hay nada que nos pueda hacer retroceder, ni siquiera la misma muerte.
Es el mayor legado de los mártires del Marzo Paraguayo. Qué bueno sería mantener viva esa memoria.