La economía paraguaya, de la mano de una ralentización de la economía mundial, viene reduciendo su dinamismo medido por el producto interno bruto. De tasas promedio de crecimiento cercanas al 5,5% durante casi una década, en los últimos años se verifica una reducción, aunque no tan importante como en el resto de la región.
De mantenerse esta tendencia, probablemente empezaremos a verificar estancamiento de algunos indicadores que desde hace varios años venían mejorando, como el desempleo y subempleo y la cobertura de la seguridad social en la población ocupada. De hecho, en los últimos dos años la pobreza que venía con una persistente tendencia a la reducción se estancó.
Estos indicadores repercuten de manera importante en la población. Las personas que tienen un empleo no solo cuentan con ingresos para lograr cierta autonomía, sino también la posibilidad de un desarrollo personal. Si además el empleo es de calidad –con seguridad social, contrato, cumplimiento de las leyes laborales, estabilidad de los ingresos–, aumenta la probabilidad de bienestar del trabajador y su familia.
Para que estas condiciones se den es necesario que el país cuente con estabilidad macroeconómica, buenos servicios públicos, seguridad jurídica e inversión privada, entre las principales condiciones. El logro de buenos resultados en estos ámbitos exige, a su vez, estabilidad política y previsibilidad en el marco normativo e institucional.
En este momento, las condiciones económicas internacionales que habían sido el soporte del crecimiento económico se han deteriorado y el contexto político nacional tampoco contribuye, por lo que los riesgos de un empeoramiento de las condiciones económicas internas empiezan a verse.
No hay ninguna posibilidad de que un desempeño macroeconómico mediocre y una crisis política de la profundidad que estamos teniendo no tengan impacto negativo sobre la situación económica, especialmente en lo relativo al empleo y los ingresos de las familias.
Es urgente que los líderes políticos tomen conciencia de que el bien común debe estar por encima de cualquier interés particular. El bienestar general tiene claros determinantes a nivel microeconómico, uno de ellos es el empleo y los ingresos que se derivan de él.
Es imposible pensar que con este contexto externo y el creciente conflicto interno no empecemos a percibir el malestar de la población y el deterioro de los indicadores microeconómicos. Esto puede acrecentar aun más el descontento político de la ciudadanía y generar un círculo vicioso muy peligroso para el país.
Ojalá las autoridades logren llegar a un acuerdo en el marco de las normas vigentes y con la legitimidad ciudadana que permita restablecer al menos niveles mínimos de estabilidad política para aspirar a cerrar el año con indicadores micro con claras tendencias positivas.