Es inadmisible que un país con tanta riqueza humana y natural no sea capaz de generar las condiciones para que todos los paraguayos y paraguayas logren ganar un ingreso digno con su trabajo.
Las estadísticas laborales son claras al mostrar la cantidad de horas semanales que trabaja el campesinado y, a pesar de ello, no puede salir de la pobreza y lograr una vida digna. Gran parte de los paraguayos provenimos de familias campesinas y sabemos que para estudiar o para lograr mejores ingresos debimos venir a las ciudades o migrar.
El gran crecimiento urbano, sobre todo de algunas ciudades del interior y del área metropolitana de Asunción, se debe a la migración campesina. La migración a la Argentina es otro reflejo de la incapacidad de nuestro país para generar condiciones adecuadas en el campo. Muchos trabajadores se han trasladado al vecino país no solo por tener mayores ingresos, sino también por las condiciones de seguridad social. A cambio, están la separación familiar y el desarraigo y, en algunos casos, el riesgo de caer en redes de trata de personas.
La pregunta es por qué no es posible vivir dignamente del trabajo en el campo. Las históricas marchas campesinas y las estadísticas proveen explicaciones al respecto. En los últimos años, si bien ha mejorado la cobertura de servicios de electricidad, agua, educación y salud, la calidad es pésima y, aun cuando en las ciudades no es sustancialmente mejor, hay alguna diferencia positiva.
Otros indicadores sin embargo vienen empeorando, por ejemplo la desigualdad en la tenencia de la tierra y los ingresos.
Adicionalmente se agregan los efectos del cambio climático, las denuncias de fumigaciones que afectan a la población rural y los desalojos de dudosa legalidad. Todos estos factores contribuyen a generar condiciones de vida adversas y la expulsión.
Quienes siguen tratando de sobrevivir no cuentan con las condiciones mínimas para producir. Las políticas públicas dirigidas al sector son de baja cobertura, ineficaces para cumplir sus objetivos y de mala calidad.
Las consecuencias en las ciudades las vemos diariamente. Jóvenes que vienen buscando oportunidades económicas y terminan siendo limpiavidrios, criaditas, vendedores ambulantes, trabajadores en la construcción. Todos ocupados de manera precaria.
El sector urbano no genera los empleos que exige esta migración, y además sufre el desabastecimiento de alimentos nacionales y el aumento de los precios.
No solo terminamos más dependientes de la importación sino que, además, pagamos por alimentos caros y de los que no conocemos su trazabilidad.
La crisis en el campo no le conviene a nadie.
Todos los paraguayos deberíamos aspirar a tener un país sin desigualdades, ello implica cambiar estructuralmente las condiciones de trabajo en el campo, de manera que el esfuerzo campesino se traduzca en ingresos dignos. Para eso están las políticas públicas, pero estas deben ser de calidad. Con políticas mediocres para la agricultura familiar perdemos todos.