Paralelamente a la situación económica actual, con un país en recesión, el evento abandona las nomenclaturas basadas en las estaciones del año, como invierno y verano, y pasa a denominarse SPFW 41, para no limitar las colecciones de moda en un país en el que el calor es predominante, independientemente de la época del año.
No obstante, a pesar de la crisis, esta edición registró un número récord de patrocinadores, 17 en total, aunque con cotas más reducidas, lo que representa una inversión de un 20% menos.
El reflejo de esa situación se evidencia tanto en la minimalista decoración interna del pabellón, como en el escaso despliegue de efectos especiales en las salas de desfiles.
Si en anteriores ediciones, algunas de las marcas de ropa más fuertes conseguían invertir hasta 1,5 millones de reales (unos 422.773 dólares), el promedio de este año es de 70.000 reales (unos 19.729 dólares) por desfile.
Con esa austeridad, las pasarelas tendrán más modelos de la nueva generación, a costos menores de las grandes estrellas internacionales que desfilaron en otras ediciones de la llamada São Paulo Fashion Week.
Ante este panorama de recesión, muchas marcas continúan apostando por este evento que claramente es el máximo exponente de la moda brasileña en la actualidad y que se ratifica como la plataforma de lanzamiento de los diseñadores en Brasil.
Con siete nuevas marcas, la apuesta es la tendencia internacional de lo que se denomina “see now, buy now” (“vea ahora, compre ahora”) y por eso marcas como Ellus 2nd Floor o Riachuelo tendrán disponibles en sus tiendas las colecciones de las líneas de ropa presentadas. La pasarela de este primer día fue inaugurada por la marca Lilly Sarti con una colección inspirada en criaturas fantásticas e historias populares del árido noreste brasileño.