Una señora escribió un mensaje parecido al del título en su cuenta de Facebook y produjo un revuelo de gente indignada e, incluso, alguna denuncia. Antes de la existencia de las redes sociales –y hasta el día de hoy– era común que se pidiera a algún conocido del interior que consiguiera un o una criadito/a que ayudara en las tareas de la casa a cambio de “hacerle estudiar”. Desde el fondo de nuestra historia el criadazgo fue una institución arraigada en las familias paraguayas, sustentada en la ancestral miseria del campo.
Era una práctica tan extendida y aceptada que nunca se cuestionó la mentalidad feudal que la justificaba. Nunca se recordaron los derechos de esos niños y niñas que quedaban a cargo de una familia, sin formar parte de ella. Que trabajaban sin percibir salarios. Sin voz propia y sin cuestionamientos por parte de una sociedad que veía la situación como normal. El criadazgo ocultaba bajo capas de espeso silencio la vulnerabilidad de ese grupo humano. En algunos casos era un método práctico para eludir la pobreza, pero la mayoría de las veces encerraba abusos lamentables: maltratos físicos, explotación laboral y acoso sexual.
Esta afirmación tiene sustento científico. El criadazgo es una suerte de preparatoria para la trata de blancas. Un informe de la Secretaría Nacional de la Niñez y la Adolescencia es elocuente: “6 de cada 10 mujeres que son víctimas de la trata de personas fueron antes trabajadoras domésticas o criaditas. Y 9 de cada 10 adolescentes explotadas sexualmente fueron antes criaditas o trabajadoras domésticas en su niñez. La relación es tan directa que es difícil no pensar en el criadazgo como su causa principal”.
Desde hace unos años, la persistencia y extensión del régimen del criadazgo en Paraguay llamaron la atención de organismos internacionales hasta el punto de generar publicaciones en medios de prensa muy importantes de Europa y América. La costumbre de tener criaditas es considerada una forma de esclavitud del siglo XXI, que se ceba en discriminaciones de género, pobreza y edad.
Pero las criaditas gozaban de una aceptación tan sólida que aquí muy poca gente se inmutó. Hasta que todos nos enteramos con estupor del martirio y brutal muerte de Carolina, la adolescente maltratada y asesinada en Vaquería hace algunas semanas. Hoy los vecinos admiten que no fue un episodio casual, que quizás lo hubiera podido evitar una denuncia previa. Solo quizás, porque la ayuda que la estructura del Estado hubiera podido brindar a Carolina es una de las más frágiles del continente.
Ahora la gente sabe que debe denunciar los abusos intradomiciliarios. En el mes pasado el número de denuncias casi alcanzó al promedio de los últimos tres años. La muerte de Carolina interpeló la apatía social y creó una nueva conciencia colectiva. A ella esto ya no le sirve de nada. Pero ojalá sí a las casi 50.000 Carolinas que siguen existiendo en Paraguay.