Paraguay mantiene desde hace más de una década tasas de crecimiento anual relativamente altas. Si bien en los últimos años el promedio se redujo debido a nuevos escenarios mundiales, su nivel de crecimiento se mantiene por encima del de los países de la región.
Sin embargo, también es cierto que otros indicadores económicos vinculados al PIB no han evolucionado tan favorablemente. La reducción de la pobreza fue lenta y en los últimos años se estancó, mientras que las desigualdades permanecen exageradamente altas. El desempleo juvenil es preocupante y ante los obstáculos de los adultos para encontrar empleos de calidad, una gran cantidad de niños y adolescentes deben contribuir a la sobrevivencia familiar con su trabajo, afectando su desarrollo presente y futuro.
Esta situación no es buena para el país. No solo estamos manteniendo a la mayoría de las familias bajo condiciones inadecuadas de vida, sino que también condenamos el futuro de niños, adolescentes y jóvenes.
Las consecuencias negativas no se reducen a las condiciones microeconómicas en los hogares paraguayos. El propio crecimiento económico a largo plazo se encuentra en riesgo si no logramos mejoras en las condiciones de vida desde el nacimiento y trabajo decente para la juventud y los adultos.
El abandono temprano de la escuela y la ausencia de formación continua obstaculizan las posibilidades del país para lograr crecimiento a largo plazo teniendo en cuenta las exigencias de calidad cada vez mayores del mercado externo.
La desigualdad persistente es uno de los determinantes de la inseguridad ciudadana y de los conflictos sociales. No hay economía en el mundo que haya logrado niveles altos de crecimiento y menos de desarrollo en contextos conflictivos y de ingobernabilidad.
El crecimiento a largo plazo requiere un círculo virtuoso en el que el aumento del producto debe generar empleos de calidad e ingresos dignos para los adultos de las familias, lo que a su vez se traducirá en mejores condiciones para el desarrollo personal y la educación de la niñez y juventud. Estos últimos serán los que posibilitarán la continuidad de un proceso dinámico de crecimiento, ajustado a las exigencias de la demanda interna y externa.
El logro de este círculo virtuoso no es automático. Se requieren políticas públicas que reduzcan los riesgos de deserción escolar y de trabajo temprano, mejoren la formación de la mano de obra, faciliten la inclusión financiera y el acceso a mercados competitivos y garanticen el acceso a información sobre vacancias, puestos de trabajo, estándares de calidad y condiciones de producción.
Las políticas laborales y de producción agropecuaria de calidad se convierten así en instrumentos centrales para que el crecimiento se traduzca en mejores empleos y, por esa vía, en mayores niveles de bienestar de las familias paraguayas. De otra manera, el crecimiento continuará beneficiando mucho a una minoría y poco al resto.