El director del Instituto Nacional del Cáncer, doctor Nicolás Aguayo, contaba ayer al colega Carlos Peralta que hay un sistema de corrupción empotrado hace 30 años en este hospital, en el que están involucrados médicos y otros funcionarios.
Mencionó que se venden los medicamentos oncológicos de la institución a farmacias de la zona; y dijo que mientras los pacientes que van para consultar, están ya desde las 5 de la mañana, hay médicos que llegan recién a las 10.00.
Además, que personal del hospital cobraba por agendar turnos. Entendemos, que en detrimento de los que siguen los canales institucionales para conseguir una cita médica.
Informó Aguayo que hay farmacias paralelas, propiedad de funcionarios del hospital, donde comercializan medicamentos del Instituto.
El entramado de corrupción es tan complejo, en palabras del director actual, que en 30 años no ha podido ser desmontado, por más esfuerzos que han realizado los directores que le antecedieron.
Él asegura haberse encontrado con una “institución destrozada”. Esta historia real y descarnada desnuda el grave problema moral que padece la sociedad paraguaya.
Y es que si los médicos se prestan y apañan hechos como la sustracción de medicamentos del único hospital de referencia para las patologías oncológicas. O actúan con displicencia y tanta desconsideración hacia los pacientes a los que se deben, llegando tarde para las consultas, qué tanto se puede exigir al resto del personal de blanco y administrativo.
Cuando los propios doctores por acción u omisión consienten que se den “fugas” de medicamentos que terminan dejando desabastecido al hospital, o que se active un sistema paralelo para agendar pacientes, previo pago, es porque definitivamente llegamos a un deterioro moral demasiado grave. Tanto como la enfermedad que se trata en el Instituto. Lo que es mucho más degradante, cuando tiene lugar en una institución a la que recurren personas con una enfermedad que, en muchos casos, es terminal y que requiere un estricto y costoso tratamiento, que tiene un profundo impacto en el paciente y en toda su familia y que demanda un trato altamente humanitario.
Es admirable el coraje del doctor Aguayo para denunciar estos hechos que nos recuerdan que la corrupción hizo metástasis en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Que no es una enfermedad que ataca solo a los legisladores, los policías, ciertos periodistas, o a los funcionarios públicos, sino una patología contra la cual hasta este momento no se ha buscado remedio.
Si no hubiera usuarios predispuestos a pagar para burlar las reglas y agendar consultas o a comprar medicamentos robados, habría menos posibilidades para la corrupción que, evidentemente no repara en estatus social, grado de formación o nivel económico.