Y esta influencia va en dos direcciones antagónicas.
Una favorece preferentemente a la alta clase social, pequeña en número, pero fuerte en su poder económico. A ella pertenece ese 2% que usufructúa el 80% de tierras cultivables, entre otros ejemplos que podemos dar.
Es la que recibe grandes créditos cuando los necesita y la que menos impuestos paga. Este grupo privilegiado no pertenece ya el Tercer Mundo. Inclusive vive mejor que en el primero por los incontables privilegios de que goza.
La otra influencia se ha convertido en una constante fábrica de pobres que se reproducen y reproducen de tal modo que, inclusive, asustan a los que los fabrican. Son tantos y crecientes que el día que se levanten por un mundo más justo arrasarán con ellos.
Ambas fuerzas conforman el doble Paraguay que tenemos. Separados por un abismo de diferencias sociales y económicas que se hace cada vez mayor y que para el futuro se presenta como una verdadera bomba de tiempo.
Ambas zonas de influencia tienen sus partidarios y defensores. La clase alta social, pequeña en número, tiene la gran cohesión que les da del manejo de la plata en grandes cantidades.
Los pobres del Paraguay, mayoritarios, y la clase media baja que día a día se desploma en ella, carece todavía de la fuerza de la unidad. Unos por falta de conciencia despierta. Otros por antagonismos entre sus líderes. Prefieren ser separados cabeza de ratón a ser cola de león. Con todo hay una tendencia esperanzadora hacia la unidad, por ejemplo en el naciente Congreso Democrático del Pueblo.
Un moderador en este conflicto pudo haber sido en los referente a los DDHH el defensor del Pueblo. Pero elegido por cuoteo político, poco hizo.