24 abr. 2024

Compartir literatura

Un espacio dedicado a la literatura, a cargo de una joven paraguaya que busca, como se dice comúnmente, abrirse paso como escritora. A continuación, un resumen de los trabajos de Patricia Camp, reflejados en esta serie de búsquedas literarias con opiniones de una generación.

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Portada del libro Cuentos con galletitas, de Patricia Camp y Mel Ballasch. Foto: Gentileza.

En el quehacer literario local se encuentran jóvenes como Patricia Camp, quien actualmente se dedica a una novela y busca, además, compartir sus conocimientos a través de un blog literario.

Su padre es de Sapucái y su madre de Asunción. Como lectora empezó muy temprano, a los 7 años, con tiras cómicas de Mafalda y Garfield, etc. A los 12, recibió su primera computadora, en donde empezó a inventar historias. Luego, teniendo 17 años, en épocas de colegio llegó a encontrarse con La metamorfosis de Franz Kafka. “Eso fue para mí algo impactante”, asegura en una entrevista.

Encontró aquel libro en la biblioteca de su abuelo, quien se guardaba obras de ficción entre sus libros de contabilidad. Cuando lo leyó, se dijo a sí misma: “Si esto se puede hacer con la literatura, entonces se puede hacer todo”. “Y ahí dije que esto era lo que realmente quería hacer”, recuerda.

Eventualmente, Patricia comenzó a probar suerte en los concursos literarios del país. En 2007, obtuvo el primer premio en el concurso Poesía Joven, organizado por la Editorial Alfaguara. Años después, también se ganó el primer premio en la edición 18 del Concurso de Cuentos del Club Centenario.

Cuenta hoy con varias menciones y premios. Pero en ese paseo por círculos de lectores, además de entregar carpetas y esperar el veredicto, pudo conocer en 2003 el Salón de Lectura, taller literario donde sigue hasta el presente con la dirección de la escritora Maybell Lebrón. Cuatro años después culminó la carrera de Derecho. Y actualmente trabaja en la editorial La Ley Paraguaya S.A.

Conoció a Melissa Ballasch y juntas publicaron el libro denominado Cuentos con galletitas (2012).

Desde el 2013 es la dueña de un blog denominado Los Forajidos del Yermo, en donde comparte conocimientos sobre literatura y, últimamente, dibujos. Tiene en mente otro libro de cuentos.

Entre sus autores favoritos se encuentran Ray Bradbury, J. M. G. Le Clézio, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Josefina Plá y el poeta paraguayo José María Gómez Sanjurjo (1930-1988).

- Hace poco Édouard Louis (escritor francés) opinaba que la literatura era transformar las experiencias personales en un discurso legítimo. Para vos, ¿en qué consiste la literatura?

- Es como un diálogo que se construye en etapas diferentes. El escritor pone una parte, pero una gran parte la pone el lector. Creo que eso es lo fantástico de la literatura, que trasciende el tiempo y pone en contacto a dos personas; sigue existiendo después de años esa conversación entre lo que dice la obra y lo que el lector interpreta. La obra ideal tiene un tema que te atrapa y genera preguntas.

- En El guardián entre el centeno (1951, J. D. Salinger), el personaje principal, Holden Caulfield, dice que los libros que más le gustan son esos que cuando se terminan te hacen pensar que “ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”.

- Y eso es algo impactante de esta época, que vos lees una novela de alguien que puede estar a miles de kilómetros en los EEUU o Europa, entonces enviás un mail y decís: “Me encantó tu obra”, y él responde: “Gracias, me alegra mucho tu comentario”. Para mí es algo espectacular de esta época.

- ¿En algún momento una persona encontró cosas que vos ni te imaginabas en tus relatos?

- Lo más lindo de la literatura es que vos escribís y esa historia llega al lector pero como una experiencia totalmente diferente. Esta persona ve una cosa y otra ve esto y ve cosas que vos de repente ni pensaste. Y creo que surge mucho de la experiencia de cada uno como lector, de lo que encuentra. A veces el escritor pone cosas de forma consciente y otras veces inconsciente.

- ¿Qué buscás cuando escribís?

- En mi experiencia personal no hice algo para buscar una valoración, pero uno quiere presentar un trabajo bien hecho. Entonces, uno se vuelve riguroso y ahí es donde viene la parte difícil: reescribir, editar, revisar. Y a la hora de llegar al lector, yo creo que no debe aburrirse, porque es como que no llega el mensaje. Uno quiere captar la atención del lector y que este sienta que fue un tiempo bien aprovechado porque le generó preguntas o porque le gustó tu estilo.

A nivel personal creo que una de las cosas más satisfactorias de la literatura es inventar historias. Conocés un mundo que de otra forma no conocerías. El aporte que te pueden hacer otras personas sobre tu propia obra me parece fantástico, porque encontrás cosas que no te percatás.

- Hay versos que se quedan grabados en la cabeza. Personalmente, tengo uno de Alejandra Pizarnik (poeta argentina), que últimamente recuerdo: “Mis ojos/ dos pedazos de infinito”. Dice así que nuestros ojos pueden llegar a ser receptivos de un mundo infinito, o uno amplio de palabras, teniendo en cuenta que pensaba mucho en el lenguaje. ¿Tenés algún verso así?

- Hay uno de José María Sanjurjo, al comienzo de un poema que dice:

“Tú sabes cuánto alcanza a doler sobre la vida / el sueño de llevar los ojos siempre abiertos.”

Creo que en la poesía de Pizarnik encontramos mucho de lo que es la literatura misma. Porque, inevitablemente, a través de tu percepción es que vos llegás a alcanzar ese infinito. Eso es una experiencia placentera, pero a veces también es un poco dolorosa; así como ves las cosas bellas, también a veces te fijas en las injusticias, en el sufrimiento de otras personas y en miles de situaciones que no se pueden resolver. Y a veces lo único que te queda como escritor es hablar de eso y compartir. Resignarse es imposible, lo único que queda es buscar.

Lea el cuento “Los Fantasmas de los Gatos”, incluido en Cuentos con gallletitas:

El testamento cumplía con todas las formalidades. Redactado de puño y letra de la fallecida, con su perfecta y delicada caligrafía, firmado y fechado. Entonces era ésa la razón por la cual había deseado fijar domicilio y terminar sus días en un lugar tan lejano, sólo para someterse a otro sistema sucesorio y poder llevar a cabo semejante insensatez. Malditos anglosajones de mentalidad retorcida, ¿cómo pueden tener leyes tan estúpidas? Maldito ese viejo abogado también, quien le contó acerca de esa posibilidad. Debimos imaginarlo, nosotros, sus herederos. Deberíamos haber pedido su declaración de insania cuando todavía estábamos a tiempo. Ahora el juez nos mira indiferente, con esa cara de que él es un mero instrumento de la ley. Dura lex, sed lex. Váyanse a casa, no hay nada que se pueda hacer. Al menos tuvo la decencia de aguantarse las ganas de sonreír ante las ocurrencias idiotas de la abuela. O quien sabe, quizás vio en ellas el equilibrio de la balanza de la justicia.

Esto es lo que decía –en su parte fundamental– el testamento:

Y todo esto, Señor Juez, por los fantasmas de los gatos.

Habitan en ellos como en nuestros intestinos late ese bosque de microorganismos interventores en la digestión. Y se asoman a las ventanas de sus ojos, imposibles cual el infierno. Yo los vi un día, cuando la luz de la lámpara tornasoló las pupilas dilatadas de aquel buen y delicado siamés que era en esos tiempos mi mascota.

Después escuché aquella superstición que pintaba a los gatos como asesinos de bebés. Mi afán científico de mujer posmoderna halló un supuesto vínculo con la toxoplasmosis, enfermedad siempre enrostrada a los pobres felinos, cuando que un trozo de carne cruda es igual o más riesgoso. Pero seguí pensando en el cuento de las abuelas ignorantes. Y busqué fantasmas de bebés en los ojos de mi otro gato, el de origen callejero y pasos firmes, salvado de milagro de morir tan joven, aquella fría tarde de lluvia en la cual supo abrirse camino hasta mi casa, hasta mis brazos que lo secaron y le dieron calor. Pero no encontré fantasmas de bebés. Él, recio carcelero, era habitado por muchos fantasmas de almas malas y conciencia sucia. Quizás por eso era agresivo y más independiente. No debe ser sencillo cargar con semejante lastre.

Hay almas habitando en los gatos, Señor Juez, almas de seres humanos como usted o como yo, sólo que ya fallecidos. Muertos, como estaré yo cuando estas páginas caigan bajo el escrutinio de sus ojos, portadores del poder público de hacer justicia. Usted hará justicia: esta última voluntad mía es mi justicia y usted será quien la ejecute. Debe sentirse orgulloso de ello, así como cuando manda a los delincuentes a pudrirse en la cárcel o deja ir en paz a los inocentes. Con la misma vara será usted medido y las ramas podridas serán extirpadas del árbol.

Pero vuelvo a las almas pasajeras de los gatos. El purgatorio no existe, Señor Juez. Es simplemente como si nos metieran a usted, a mí, a todos –cuando tornemos en difuntos, claro está– en un ómnibus, para hacer turismo por el planeta y darnos cuenta de cuánto mal lo habita. Y, a partir de la generalidad, llegar a nuestras propias maldades individuales. Ver nuestro grano de arena en la gran playa del mundo. Los gatos son los señores de la noche; la noche, el amparo para la mayor parte de los actos oscuros. Imagínese, doctor, todo lo que puede verse desde las ventanas irisadas de los ojos felinos.

Esa es la razón por la cual duermen tanto, lo deduje también después. Imagínese lo que implica llevar adentro, como un transporte escolar repleto de niños ruidosos, ese montón de almas en los trámites previos al cruce. No debe ser nada fácil, sino tremendamente agotador. Ellos necesitan el sueño para acallar por un rato el escándalo de voces ajenas que habita dentro de su cuerpo silencioso.

Yo también necesité silencio, Señor Juez, para darme cuenta de estas cosas y muchas otras. Silencio y soledad, después de haber deshecho mis años en vanas entregas. Pero lo agradezco: hoy tengo los ojos abiertos.

Por eso, en esta noche de calma en que siento mi vida empezar a extinguirse como un cirio consumido, no tengo miedo. Sé a bordo de quien he de recorrer el mundo de los vivos durante mi tiempo de transición. Y quiero asegurarme de que mi guía turístico se encuentre siempre bien cuidado, alimentado y protegido. Esa es la razón, Señor Juez, que me lleva a dejar la totalidad de mis bienes a mis cinco gatos. Charly, Rita, Xena, Kitty y Jack, para mayor claridad y determinación, a fin de evitar confusiones y líos legales de cualquier tipo. Cuando ellos mueran, se creará una fundación y un refugio para gatos, a fin de cuidar de otros portadores de almas en tránsito. Quién sabe si en ese tiempo no le tocará a la suya iniciar el paseo.

Nombro administradora de los bienes, durante la vida de mis cinco gatos – Charly, Rita, Xena, Kitty y Jack– a su amable veterinaria (...) quien vino siempre que se la llamó, aun tratándose de días y horas no laborables, e incluso muchas veces aceptó quedarse a tomar el té y charlar un rato acerca de felinos, aun cuando ella asegurara por todos sus conocimientos que no había fantasmas viviendo en los gatos. No la culpo por ello, Señor Juez, es aún demasiado joven para fantasmas y gatos.

El testamento era una sarta de incoherencias, una sucesión de ideas delirantes que deberían haber bastado para formar en el juez la convicción acerca de la locura de la vieja. Pero no, las disposiciones estaban perfectas y no había nada que invalidara el documento. Todos los bienes son de los gatos, la veterinaria administradora, y nada para nosotros. Ni unas migajas de la cuenta bancaria. Ni la casa de campo, ni la renta de los bienes inmobiliarios.

Y encima de todo, este maldito gato que me mira impávido, acostado en la cama de la vieja, como una esfinge en miniatura que en otros tiempos fue el bravo guardián de sus sueños. Es mejor que me vaya de esta casa del infierno, llena de gatos por todos lados, porque ya casi me estoy convenciendo de que los espíritus de mis antepasados vigilan mis movimientos detrás de las ventanas de sus ojos. Porque detrás de ese gato favorito casi puedo ver a la vieja loca, burlándose de nosotros. De nosotros, sus herederos, que fuimos capaces de dejarla tan sola. Sola con sus fantasmas. Sola con los gatos.

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