Hace 69 años, al grupo de bachilleres al que pertenecía, se nos añadió un muchacho que no conocíamos, Pepe Valpuesta, a hacer un retiro de final de la secundaria.
A la vuelta del retiro, él y yo volvimos decididos a entrar en la Compañía de Jesús.
Íbamos a ser compañeros en la gran aventura de vivir como jesuitas.
A partir de entonces, vivimos al mismo tiempo Pepe y yo los 17 largos años de noviciado, carreras universitarias y profesorado en colegios.
Luego nos encontramos en Paraguay, aunque yo lejos en los 27 años de exilio.
Últimamente pertenecíamos a la misma comunidad jesuita en el Bañado Sur.
Y en la vida social y política de esos últimos años, cuando hubo que protestar, denunciar, alegrarnos o buscar fuerzas en manifestaciones y marchas, siempre tuve la alegría de encontrar al padre Pepe Valpuesta con su presencia y su participación hablando públicamente.
Compañero, también, de lucha por un Paraguay mejor.
¿Mi opinión sobre este compañero?
Que con su fervor en lo religioso y lo social fue siempre el testimonio de una persona de fe, que nunca puso límite a su entrega.
Y el mejor eco de todo esto lo tuvimos en el último día que su cuerpo estuvo con nosotros en el Bañado Sur, Cristo Rey y Santos Mártires ( Pepe ya estaba resucitado).
Tuvimos la experiencia colectiva de que pa’i Pepe con su vida hizo realidad estos años y entre todos nosotros aquellas palabras de Jesús: “Yo estaré siempre presente en medio de ustedes”.
Y esta es la mejor alabanza que se puede hacer de un seguidor de Jesús.
“¡Gracias Dios por haberlo puesto entre nosotros!”.