Pegaron, dispararon, golpearon, torturaron y mataron. Esta ha sido la secuencia del comportamiento de una maldita Policía al servicio de un gobierno que no se paralizó ante la muerte. Siguió en lo mismo. Amenazando con darle curso a la inconstitucional e ilegal enmienda al punto de poner al país a las puertas de una guerra civil. Lo que Lugo y Cartes nos deben responder es si la codicia y la angurria del poder justifican la muerte del joven Quintana y la feroz represión desatada. Puede alguien entender en su más básico razonamiento que nada es justificable al punto de dividir profundamente a la sociedad paraguaya y dejarla anonadada ante el crimen. Este Gobierno y sus socios de ocasión no dimensionan el daño que han producido a la República. Se han burlado de sus normas elementales de procedimiento y parecen no entender lo que se puede venir aún.
Los jóvenes les seguirán enfrentando sin temor. Ellos están construyendo su épica de futuro y este Gobierno los enfrenta con la lógica del pasado. Saben aquellos que ganarán la partida más temprano que tarde y probablemente terminen de limpiar un sistema político alimentado de dinero sucio, mentiras, trampas y maldades. Es eso lo que están empujando, luego de que a empellones, balas y muerte no los detuvieran. Están equivocados los 25 de la banda de facinerosos de la Constitución: de esta no pasarán. No lo pudo hacer Oviedo en su tiempo con una mayor capacidad de fuego y entrenamiento. Su gobierno quedó paralizado con un Cubas que abandonó la presidencia antes de que la furia ciudadana quemara su residencia presidencial. Paraguay no quiere parecerse a Venezuela, donde el caos y la anarquía se cobran vidas humanas en hospitales desabastecidos y en donde la criminalidad se carga anualmente más de 20.000 homicidios. A eso podemos llegar por este camino. No queremos un país donde el sistema de justicia tenga miedo de aplicar la ley y solo se someta a los mandatos del jefe de Estado de ocasión. No deseamos que los legisladores estén sospechados de recibir dinero a cambio de traicionar la voluntad mayoritaria de sus mandantes o que canjean sus inmundicias pasadas y presentes por plata e impunidad.
Paraguay no es un país cualquiera. El volcán ha erupcionado y los que pretenden calmarlo deben comprender que solo queda reparar el daño que hicieron. La ciudadanía seguirá presionando porque sabe que se juega su libertad y su futuro. Esto no es más que una prueba de lo que vendrá. Ha sido magnífico el país levantado para defender su Constitución. Ejemplar el comportamiento del pueblo, valiente y decidido. Los que apoyan la enmienda se han ganado el repudio de sus familiares más cercanos primero y la reprobación de todo un país después. ¿Con qué cara irán a pedir votos o simplemente caminar por las calles? Los felones no deben tener espacio cívico y solo les queda esconderse por un tiempo largo hasta que la Justicia se despierte y el pueblo tenga piedad de ellos.
Así como hemos visto gestos llenos de grandeza y coraje, también hemos comprobado cómo los médicos Carlos Filizzola, Yoyito Franco y Esperanza Martínez transigían con otros 23 ante el tintineo de las monedas de oro y vendían la democracia tan difícilmente conquistada. Cobardía moral y cívica. Muestras de un cáncer autoritario que ha hecho metástasis en sus personas y sus socios de ocasión. Decepción, repudio y castigo cívico se merecen estos traidores al Paraguay.
Los cobardes no tienen lugar en esta epopeya que libra un país ante la posibilidad de acabar de nuevo en una dictadura criminal, rapaz, indolente, irresponsable y corrupta.
Ante las peores formas de cobardía habría que anteponer lo mostrado hasta ahora: coraje cívico sin par que ahuyente a sus pasos a los traidores y fortalezca la libertad.