Ahórrense el sobreactuado espanto, la falsa inquietud y el descarado cinismo. Jamás a ustedes, operadores de tarjetas de crédito, les importó el consumidor.
Regalaron el plástico como caramelo y ofrecieron productos financieros con insospechadas letras chicas jugando con las necesidades del ciudadano.
Ahora tienen el tupé de cacarear por la falta de educación financiera del pueblo. Que muestren cuánto de lo que recaudaron en estos años de cuasi impunidad fue gastado para educar financieramente a sus clientes. No vengan ahora a lamentarse cuando el negocio se les explotó en la cara, y de puros glotones.
Desde que a las empresas privadas les convino canalizar los salarios por los cajeros automáticos, los bancos saturaron con ofertas de tarjetas, giros y sobregiros al desaprensivo trabajador. Y lo hacían con riesgos mínimos, pues técnicamente los salarios pasaron a ser manejados por los bancos. Fíjense la cara de temor con que un trabajador llega hasta el cajero. Es como entrar en una dimensión desconocida en donde cualquier cosa puede pasar con el salario de uno.
Se las dieron de Dios. Apretaban, pero no asfixiaban. En el momento en que te hacían los descuentos más enrevesados –de los cuales por cierto te informaban más mal que bien– que carcomían tus ingresos, te ofrecían una solución en cómodas cuotas a dos o tres años. Y no es porque les inquietaba la salud financiera del trabajador que ofrecían una solución dando pacientes plazos. Es porque a cuotas más extensas, mayor interés.
Llenaron de promociones que encandilaban al consumidor y cuando la morcilla se puso no negra, apenas algo grisácea, le dieron la espalda a la gente. Salieron a decir que se acabaron las promociones. Más infantil, imposible.
El festín de abundancia de efectivo de la última década se les subió a la cabeza. El boom económico hizo que hubiera dinero de sobra y como es menos riesgoso dejar en el banco a intereses irrisorios que hacer inversiones complicadas, los banqueros se frotaron las manos.
Recibieron ese dinero pagando un precio bajísimo y lo pusieron a trabajar, ganando cinco veces más, a tasas cuasi usurarias. En síntesis: clink, caja.
La baja de tasas fue abrupta, desproporcionada y populista. Tal vez. Pero qué opción había. ¿Acudir a un Banco Central que es, por ejemplo, incapaz de ver un multimillonario vaciamiento como el de Ára de Finanzas, y cuyos directivos y funcionarios actúan como si no quisiesen hacer enojar a los banqueros, sus potenciales futuros patrones? ¡Por favor!