29 mar. 2024

Casta y puta

Por Adrián Cativelli  – Adrian-Cativelli@uhora.com.py

Por Adrián Cativelli – Adrian-Cativelli@uhora.com.py

Adrián Cattivelli – Adrian-Cattivelli@uhora.com.py

La frase original es latina: Casta Meretrix, y corresponde a una definición atribuida a los padres de la Iglesia –el conjunto de teólogos (Agustín, Ambrosio, Orígenes, Ireneo...) que dieron forma al corpus doctrinal del cristianismo en los primeros siglos de su existencia–, mediante la cual expresaban el carácter trascendente y pecador, a un mismo tiempo, de la institución eclesiástica.

Casta, enseñaron, por la santidad de su fundador, Jesucristo, por la elevación de sus enseñanzas y las virtudes heroicas de sus hijos más eminentes. Puta, también, en miras a las miserias e ignominias de la abrumadora mayoría de sus miembros, incluidos muchos de aquellos que integraron e integran sus estructuras jerárquicas.

Tengo para mí que este último perfil fue el que la Iglesia exhibió la semana pasada, en ocasión de tratarse en el Congreso el proyecto de ley contra toda forma de discriminación. Actuó con la obscenidad propia de esas meretrices a las que condena; ella, no su fundador, quien hace ya 2000 años advirtió a los sacerdotes que las prostitutas los precederán en el reino de los Cielos.

Pecaron las iglesias cristianas paraguayas. Atentaron contra el octavo mandamiento –"No mentirás"– al afirmar, con la exclusiva intención de inducir a engaño y confusión a sus seguidores, que la ley contra toda forma de discriminación implicaba la aprobación del matrimonio homosexual y el aborto.

Y la alevosa mentira quedó al descubierto en el programa radial en el que participo, cuando contactamos al obispo de Encarnación, Ignacio Gogorza, quien sostuvo que si lo que el proyecto de ley buscaba era reglamentar el artículo 46 de la Constitución, es decir, erradicar la insidiosa discriminación, tenía un noble objetivo. Pero que no lo sabía a ciencia cierta porque jamás había leído el documento en cuestión(¿!).

Estoy convencido de que si el papa Francisco encabezara la Conferencia Episcopal, jamás hubiera permitido que ese órgano –otrora promotor de la vigencia de la dignidad humana y el respeto a la vida en el Paraguay– emitiera una declaración tan vergonzosa, hipócrita y miserablemente engañosa como la que publicó la semana pasada sobre el tema de la segregación.

Triste rol el de la Iglesia en el Paraguay del presente: convertirse en portavoz de poderes oscuros que se resisten a consagrar la definitiva igualdad de los seres humanos ante la ley. Desdeñó ella el precepto más elemental de la enseñanza proclamada por Jesús hace dos milenios, cuando el Sanedrín lo persiguió por mezclarse con los tullidos, las prostitutas y los marginados de una sociedad especializada en el perverso arte de la discriminación.

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