Uno de los rasgos de personalidad más trascendentes es aquel que se erige sobre las tempestades del momento y se proyecta mas allá de sus intereses mezquinos y egoístas para hacerse compromiso con la gente. Son momentos en la vida de las personas en que todo parece ir en contra de aquello que decidió escoger a pesar de los graves costos que supone tal decisión. La vida nos presenta esos instantes en varios momentos en los que nos jugamos todo lo que hemos acumulado como capital personal y en donde podemos perder lo mucho o poco a lo que le damos valor. Nadie más que uno sabe lo que eso importa y el lugar que le toca desempeñar en la vida. A eso se llama carácter o personalidad, que resulta un rasgo más complejo de lo mismo. A nuestros líderes políticos les falta muchas veces este rasgo que vuelve previsible a la persona y confiable ante los demás. Sócrates le daba un valor enorme a eso cuando afirmaba que el elemento más trascendente de una persona puesta al frente de los intereses colectivos era la previsibilidad. Ese que sabíamos cómo obraría ante las tempestades que se avecinaban en una travesía. A los capitanes de barco se les probaba en el carácter su capacidad y derecho de conducir una nave.
Con el tiempo el carácter pasó a tener una concepción derogatoria de la personalidad al punto de caer en esa afirmación de que tal persona “era buena, pero tenía su carácter”. Esto implicaba mal genio, kangue ro, antipático, antisocial y despreciable al punto de volverla desconfiable. Eligio Ayala reunía todas estas características y fue el más grande estadista de este país. Sin él no acababa la guerra civil que se inició en 1904 y que había arrasado lo mejor que pudo rehacerse de los retazos de esta nación luego de la Guerra Grande. Los tiempos de la generación del novecientos, de los saco puku y saco mbyky, del “ára, tera pa Jara” y sus decenas de intentos de derrocar gobiernos, alcanzarlo y perderlo. Sin ese hombre que tenía carácter no hubiéramos saneado las finanzas públicas, pacificado la política y enderezado éticamente este país con unos comentarios y actitudes que hoy serían tomados como denigrantes por la clase política dominante. Era tan actual que la descripción de 1915 sigue siendo tan viva en nuestro presente. Sin ese hombre de carácter perdíamos el Chaco en una guerra que se avecinaba y que con esa visión de estadista pudo preparar al Paraguay para una de sus diagonales de sangre en su historia. Eligio Ayala, el del mal carácter para los pícaros, sinvergüenzas y corruptos, fue el gran presidente que tuvo este país dado a las claudicaciones éticas y morales permanentes al punto de definirnos para muchos por esa debilidad de carácter transformado hoy en cultura viva.
El poder del hombre con carácter es el no, el negarse a tomar partido por quienes por tener dinero son capaces de creer que todo lo pueden comprar. El que nunca se pondría al cuello algún trapo apresurado del que si no fuera por el oportunismo de circunstancia, solo le hubiera producido vergüenza y rechazo.
Paraguay requiere personas con carácter de manera urgente. Esto hay que enderezarlo porque así torcido como está ha hecho de la genuflexión el gesto humillante y rastrero que no queremos para un país digno, porque ya lo decía ese coloso ético y político llamado Gandhi, que liberó a la India del dominio inglés, acerca de las cosas que nos destruirán: 1. la riqueza sin trabajo 2. el placer sin conciencia 3. el conocimiento sin carácter 4. el comercio sin moralidad 5. la ciencia sin humanidad 6. la adoración sin sacrificio y 7. los políticos sin principios. ¿Qué más se puede decir?